SAQUEO DESTRUCCION E INCENDIO DE SAN SEBASTIAN/DONOSTIA -- AÑO 1813
San Sebastián era una ciudad pequeña, amurallada, de 5.500 habitantes, con puerto de mar, abierto al amplio Golfo de Vizcaya, con una fortaleza desde donde vigilar los movimientos marítimos, cercano a la frontera con Francia.
Toda su historia está cubierta de turbulencias, cercos de guerra, asaltos, incendios. Era plaza de guerra, así señalada por el Rey de España, lo que suponía una guarnición constante en la plaza, con los múltiples sacrificios que eso suponía para sus habitantes, pues estaban obligados a mantener en sus casas a los oficiales de tropa de guarnición y de los visitantes, mientras la tropa ocupaba el cuartel de San Telmo o el de la fortaleza del Castillo de Urgull.
Las murallas que cercaban a la ciudad, fueron dispuestas por el Rey de Navarra Sancho el Fuerte hacia el año 1195 y después por el Rey de Castilla Alfonso VIII en 1200.
Vistos los varios ataques e incursiones de las tropas francesas, posteriormente las murallas fueron extendidas y mejoradas en tiempo de los Reyes Católicos en el siglo XVI y de Felipe V en 1700.
Tenían 288 metros de longitud, 16 de espesor y 17 de altura. La mitad norte la cubría lo que hoy es el Boulevard, desde el Ayuntamiento, antiguo Gran Casino, y el Mercado de Brecha (hoy Galerías Comerciales La Brecha, en ella se encuentra un resto de las murallas y también en el parking de automóviles) con dos baluartes en los extremos. La puerta de tierra estaba al final de la calle San Jerónimo y se encontraron sus restos en el evacuatorio del Boulevard. Por la parte del puerto la muralla bajaba desde el castillo hasta la actual calle Igentea. Tenía su puerta de entrada, desde el puerto a la calle, dentro de la muralla.
Y en la zona del río Urumea, la muralla corría por la calle Aldamar hasta los escarpes del Castillo, por la parte de San Telmo.
El 28 de junio de 1813, los habitantes de la ciudad amurallada, conocieron que en el alto de San Bartolomé aparecían tres batallones guipuzcoanos, quienes junto a las tropas aliadas (portugueses, ingleses y alguna legión alemana), venían a liberar la ciudad de las tropas francesas de Napoleón.
Comenzaba el sitio. Algunos vecinos salieron huyendo de los peligros del sitio y otros llenos de alegría salieron también para abrazar a sus compatriotas liberadores.
Pero el General francés Rey, que mandaba las tropas, al tomar las disposiciones de defensa, prohibió la salida y mandó quemar los barrios extramurales de San Martín y Santa Catalina.
Algunos días después fueron retirados los batallones guipuzcoanos y el Teniente General Inglés Sir Thomas Graham, tomó el mando de las tropas inglesas y portuguesas y comenzó el asalto a la ciudad, cuya defensa de hallaba a cargo del general L.E. Rey.
Se desarrollaron fuertes y sangrientos combates entre los asaltantes y las tropas francesas, unos cuatro mil soldados que defendían la plaza.
En el frente oriental llamado de la Zurriola, la muralla se descubre en su totalidad, así como las dunas que se extienden por la orilla derecha del Urumea. El puente se quemó, pues la guarnición era demasiado débil para conservar puestos tan alejados.
El 1º de julio los ingleses se apoderaron del puerto de Pasajes donde había quedado un destacamento de 130 hombres, que fueron hechos prisioneros. Convirtieron este puesto en un centro de almacenamiento al que hicieron llegar por mar todo su material de asedio. Estimaban que les sería más fácil el asedio y la invasión por la parte del mar.
Observaron que cercano a su parque de Pasajes, podía establecer las baterías de brecha en las dunas del borde occidental del Chofre, para batir el trozo de muralla y acallar los fuegos del castillo y se propuso emplazar una batería en la ladera de Ulía.
Lord Wellington (General Jefe de las fuerzas Inglesas) fue a las dunas del Chofre y después de ver el campamento, subió al monte Ulía y situándose enfrente del Mirador de Urgull, resolvió montar en esta cumbre de Ulía, cañones y obuses, siendo el proyecto abrir y una brecha en el mismo punto en que el Duque de Brenwick la hizo cuando en 1719 tomó San Sebastián.
Este emplazamiento de cañones en Ulía, podemos situarlo ahora en la zona descubierta que existía arriba del caserío Arbola de hoy, antes merendero Iradi.
Durante el mes de agosto las baterías de fuego no cesaron de disparar sobre la plaza. El ejército inglés recibió de Inglaterra más piezas de artillería y abundante munición. Estaban dispuestos a estrechar el asedio a toda costa. La ciudad se incendió en varios lugares. Los desgraciados habitantes se refugiaron en las bodega, las iglesias y detrás de las casas menos expuestas a los proyectiles.
El 3 de julio, una fragata inglesa, una corbeta, dos bergantines grandes y una quincena de pinazas bloquearon el puerto de San Sebastián.
Continuaban sus trabajos en las dunas de la orilla derecha del Urumea, trayendo del fuerte de Pasajes numerosas piezas.
El 11 de Julio Lord Wellington reconoce la plaza desde el chofre y desde Ulía. Dominaban el Hornabeque y la gran cortina donde los franceses no tenían ningún abrigo.
Noche de los días 24 y 25 de agosto. Asalto a la plaza con muchas víctimas inglesas.
26 de agosto, las baterías de la orilla derecha del Urumea batieron con fuerza las obras de defensa francesas. Les era imposible luchar contra una masa tan formidable de artillería.
Noches del 29 al 31 de agosto. El enemigo no cesó de disparar tanto sobre las brechas como sobre las defensas de la ciudad y del castillo. La ciudad no era más que un amasijo de escombros sobre el que la formidable artillería inglesa vomitaba sin cesar la destrucción y la muerte.
Fue preciso aún esperar algún tiempo que transcurrió en medio de la general ansiedad. El ánimo de aquellos hombres en los instantes que precedían al asalto, llegaba—según la expresión de un observador—a una espantosa tensión. Habían sufrido fatigas sin quejarse y visto caer a su lado camaradas y oficiales, sin desmayar. Lo habían soportado todo mientras cuerpo y alma estaban ocupados, tenían unos instantes para pensar y los sentimientos delicados se desvanecían en su actitud ante el deseo de venganza y saqueo. Una quieta pero desesperada calma reemplazaba a su ordinario ruidoso humor y solo se advertía en su actitud una expresión de ansiedad semejante a la del tigre antes de asaltar a su presa.
No se hizo sentir mucho el fuego de la defensa durante el avance, pero cuando la columna llegaba a romper sobre los escombros de la brecha, las piezas montadas en el cubo imperial abrieron un fuego de metralla eficacísimo para el que no había protección posible y fueron barridos por la fusilería del muro aspillerado.
Nuevos grupos de asaltantes que fueron gradualmente lanzados para reforzar la impulsión dada a la primera, cruzaron la ribera bajo el fuego del flanco del Mirador y de San Telmo.
El asalto se estaciona así, pues aquellos hombres impotentes para avanzar, no pensaban tampoco en retroceder.
Unas dos horas habían transcurrido y la situación no cambiaba: el asalto había llegado a un punto muerto y para salvarle, se resolvió concentrar sobre ella el fuego de los cañones de las baterías del Chofre que le enfilaban: se abrió un vivísimo fuego, perfectamente dirigido por encima de los mismos asaltantes.
Debemos situar los lugares—tan diferentes a los de hoy—donde se desarrollaron estos acontecimientos. No existía el puente del Kursaal, ni el paseo Salamanca ni los edificios: por lo que hoy es la calle Aldamar corría la muralla que cerraba la ciudad.
El río Urumea no estaba canalizado y en marea baja era vadeable. Desde Ulía en su parte baja el Chofre se extendía hasta el Urumea un largo arenal que ocupaba todo lo que hoy es el barrio de Gros y las dunas llegaban hasta la actual carretera de Miracruz.
El enfrentamiento de los dos ejércitos, se establecía frente a frente y su artillería se situaba en el monte Ulía y enfrente la contraria en el Castillo de la Mota ante un espacio libre.
Mientras tanto, un cuerpo de portugueses de 500 hombres salió de las dunas, vadeó el Urumea en bajamar, cerca de la desembocadura y se expuso a pecho descubierto al fuego de las baterías del baluarte de San Telmo y los de la infantería apostada en la muralla oriental. Esta columna fue carne de cañón para desviar los proyectiles hacia las tropas inglesas.
En la masa de los asaltantes ni un disparo de la defensa era perdido: centenares de soldados y gran número de oficiales habían caído ya y no se había adelantado un paso ni podía vislumbrarse el desenlace del asalto, de nuevo estacionado.
La totalidad de la 5ª división estaba empeñada en la lucha: una masa de hombres rotos, los lazos tácticos desorganizados, buscaba entre las masas de escombros alguna protección contra el fuego de los sitiados. No por ello, pasó por la mente de Sir T. Graham la idea de retroceder.
Comenzaba ya el reflujo, los defensores se sostenían enérgicamente y la crisis se agudizaba, cuando un incidente fortuito vino a precipitar el desenlace; tras los traveses de la cortina, sin blindaje ni protección alguna, se habían constituido pequeños repuestos para granadas de mano, cartucherías de fusil, proyectiles huecos, etc.; por accidente o por descuido en uno de ellos tomó fuego alguna carga, produciendo la explosión de todo repuesto. El efecto fue terrible—dice un testigo ocular, el Teniente Claudis Schaw--:
“Miembros, cadáveres, piedras etc. fueron lanzados a una inmensa altura y una enorme nube de humo se mantuvo en el aire largo rato”
A esta voladura siguieron las de otros repuestos, produciéndose una serie de explosiones a lo largo de la cortina que quedó envuelta en una densa columna de polvo y humo.
A favor de este accidente, que costó la vida a gran número de granaderos, zapadores y cazadores de montaña que guarnecían la cortina y que dispersó el resto de ellos, los escoceses del Coronel Barnes ganaron el primer través y de él se corrieron los demás.
Se escurrieron por la cortina y bien pronto aparecieron sobre la parte vieja. Ganados por el desorden producido por las explosiones, los defensores cejaban en la defensa; la masa de asaltantes ya no represada por el fuego, se desbordó de la brecha y penetró en la población.
La guarnición había sido desorganizada por el accidente de la explosión y la consiguiente pérdida de sus posiciones; la defensa de las calle hábilmente preparada, era todo punto necesaria para proteger la retirada al Castillo y las tropas ocuparon las barricadas batiéndose en ellas el tiempo preciso para asegurar el paso de las diversas facciones hacia las rampas de San Telmo y Santa Teresa y evacuándolas después sucesivamente, pues empeñar una lucha obstinada en ellas era exponer a los defensores a ser envueltos y a caer prisioneros, ya que los sitiadores habían penetrado en la población por muy diversos puntos y podían por algunos progresar con relativa facilidad.
Gradualmente fue debilitándose la resistencia y fueron los sitiados retirándose de Urgull perseguidos débilmente. El Coronel Cameron con el 9º de línea intentó apoderarse del Convento de Santa Teresa fuertemente ocupado por los franceses, que le hicieron no pocas bajas.
Hacia las tres de la tarde los sitiados habían evacuado la población y había cesado el fuego en las calles y en las baterías.
Ahora mismo podemos contemplar las huellas de esta retirada…
En la fachada de la iglesia de San Vicente que da a la calle San Juan,
se advierte los agujeros de los tiros de las tropas inglesas al
perseguir a los franceses que se retiraban al refugio del Castillo
por San Telmo.
Por su enorme número y por calidad, las bajas de los aliados fueron en extremo sensibles, cerca de 2.500 hombres había caído y entre ellos se encontraban generales jefes y oficiales de gran valía.
A no dudar la pérdida más lamentable fue la de Sir R. Fletcher; habíase situado en la ribera y próximo al lugar en el que con sus ayudantes estaba el General Leith, cuando un disparo de fusil partido del flanco del hornabeque le hizo caer muerto.
No ya entre sus compañeros de Cuerpo, sino en todo el Ejército, produjo hondo pesar su gloriosa muerte. Decían:
“en él sufre el país una irreparable pérdida y la sociedad uno de sus más valiosos y finos miembros; es una pérdida que deploraremos siempre”.
La tropa había sufrido también cruelmente; algunos de los destacamentos de voluntarios quedaron reducidos a la mitad.
No menos sensibles fueron las pérdidas de los franceses: Comandante de Ingenieros, Jefes de Batallón, Capitán de Ingenieros, Artillería. Entre los heridos además del General Rey estaba su Jefe de Estado Mayor Songeon: Coronel Jefe del Batallón, Comandante y Capitanes y Tenientes. Las de tropa ascendían a unos 500.
División de las manzanas en solares P A R R A F O III División de las manzanas en solares Por lo que antes hemos dicho sobre la dirección de las calles en la nueva población, se deduce que sus edificios quedarán bien orientados y resguardados por completo de los vientos más incómodos y nocivos. Conseguida esta ventaja era además necesario distribuir la edificación en manzanas y estas en solares, de manera que no resultasen grandes masas, dejando libre acceso en las habitaciones al aire, a la luz y al calor del sol, agentes indispensables para su salubridad y saneamiento. Para satisfacer a estas condiciones y teniendo en cuenta el perímetro destinado al ensanche, nos ha parecido que lo mejor sería reunir varios edificios con espaciosos patios centrales, de modo que por lo menos quede con dos fachadas libres siendo las otras dos medianerías. En las manzanas destinadas a la clase acomodada, podrían construirse ocho casas; cuatro de ángulo con una superficie de 360 metros cuadrados ca...
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