LOS
TAMARINDOS- TAMARICES cuento
Lo que os voy a contar sucedió hace 30
años, pues ahora yo tengo 40 y mi hermano, que también está involucrado en esta
historieta tiene dos menos que yo, es decir 38.
Tanto mi hermano como yo nacimos y vivimos
en Madrid donde hemos formado cada uno nuestra familia.
Nuestros padres son de San Sebastián/Donostia,
pues una vez terminadas las carreras, él arquitecto y ella economista,
encontraron trabajo en la misma ciudad, él en un estudio de arquitectos
dependiente de Madrid que habían hecho trabajos de envergadura tanto en España
como en el extranjero. Ella en Telefónica, también en Donosti. En ambos casos
las dos empresas constataron en la Universidad del País Vasco, que es donde
estudiaron las carreras, las calificaciones que obtuvieron, observando que
fueron muy buenas.
Nosotros, siendo pequeños, les preguntamos
porqué se fueron a Madrid y la respuesta fue: A mí, algo más tarde que a
vuestro padre, respondió nuestra madre, me ofrecieron trasladarme a Madrid
mejorando considerablemente las condiciones económicas. La respuesta de nuestro
padre fue similar, pasado un año, (que era el contrato inicial) me ofrecieron
el traslado con mejoras económicas y ascenso incluido.
En unas vacaciones que mi padre pasó en San
Sebastián, en casa de sus padres (nuestros abuelos) conoció a mi madre que
todavía no había sido trasladada a Madrid. Para verse los fines de semana
acordaron verse en Burgos, repartiendo distancias.
Una vez ambos asentados en Madrid se
casaron. Como consecuencia del matrimonio nacimos nosotros y hasta aquí el
porqué de vivir en Madrid.
Tanto las vacaciones de Semana Santa, como
las de verano y Navidades las pasábamos en Donosti, nos alojábamos en casa de
los abuelos paternos que tenían una villa en Ondarreta con varias habitaciones
de sobra y jardín y también visitábamos a menudo a los abuelos maternos que
también eran de Donosti. Nosotros deseábamos que llegaran estas fechas, los veranos los
pasábamos muy bien en la playa de la Concha o íbamos a Parque de atracciones de
Igeldo o a Zarauz también nos desplazamos hasta Bilbao al Guggengein. En
navidades había bastantes fiestas por la ciudad y veíamos al Olentzero, que
representa a un carbonero que reparte regalos la noche del día 24 a los niños
que depositan sus cartas en un gran cesto pero a los que se han portado mal les
deja carbón, y después de recoger las cartas recorre la ciudad anunciando que a
la noche puede pasar por sus casas, pero los regalos que hiciera Olentzero, no
impedía que los Reyes Magos también te hicieran algún regalo, previo depósito
de la carta correspondiente que se entregaba a los Reyes que antes salir en
cabalgata la tarde del día 5 de enero por la ciudad atendían a los niños en la
puerta del Ayuntamiento frente al parque de Alderdi-eder. Las vacaciones de
Semana Santa eran más tranquilas algún día hasta aburrido, pero bueno, nos
desplazábamos a los pueblos que había procesiones (Hondarribia, Zegama, o
Azpeitia o también visitábamos la
Basílica de Loyola) en fin, eran una vacaciones distintas a las de Verano y
Navidades.
En
verano, paseábamos muy a menudo por la Concha, el Puerto los jardines de
Alderdi-eder, frente al magnífico edificio del
Ayuntamiento. En estos jardines, hay muchos árboles llamados Tamarindos.
También los hay por el paseo de la Concha pero los de los jardines son más
gordos, no son muy altos, una gran mayoría de estos árboles están abiertos, que
no enfermos, puesto que las ramas crecen igual que los que no están abiertos.
Había muchos árboles que tenían unos
grandes agujeros y nosotros solíamos meter la cabeza y además de grandes eran
profundos y nuestro padre solía decirnos “haber si os sale una bruja y os lleva
por ahí dentro y os queman vivos”
Bueno, todavía no he dado los nombres de la
familia. Nuestros padres se llaman Amaya y Enrique, mi hermano Igor y yo que
escribo esta historieta Mikel.
Yo muchas veces soñaba con los Tamarindos
deformes. Pero en una ocasión el sueño fue de lo más aventurero y en ocasiones
algo dramático. Lo cuento.
¡Veréis! En esta ocasión soñé que al
asomarnos mi hermano y yo a esos agujeros de los Tamarindos en uno vimos que en
el interior había unas escaleras que no parecían tener fin. Nos metimos los dos
y bajamos, eran muchas las escaleras y nos daba un poco de miedo, pero ya que
habíamos empezado la aventura no nos podíamos echar atrás, así que continuamos
bajando y al fondo vimos una claridad. Cuando llegamos al final de las
escaleras nos encontramos con una gran explanada iluminada con grandes
cantidades de velas y en el centro unas diez mujeres vestidas de negro bailando
en corro a son de sus gritos y de las palabras que decían, “la gloria es
nuestra, los mataremos”.
Nos encontrábamos en el interior de una
montaña. Este lugar tenía un techo altísimo, todo roca.
Nosotros estábamos escondidos en una
pequeña cueva que estaba a una altura de unos 20 metros de donde se encontraban
las brujas. El lugar estaba rodeado de varias cuevas.
Nosotros escondidos, además de ver y oír a
las brujas, también oíamos unos gemidos que provenían del interior de las otras
cuevas.
Agachados, casi a rastras para que no nos
vieran las brujas, logramos introducirnos en una cueva muy grande donde estaban
prisioneros en varias celdas muchos niños, pues en cada celda había más de 10
niños.
Les preguntamos por qué estaban prisioneros
y nos respondieron que las brujas les habían secuestrado un día que fueron de
excursión. También estaban secuestrados algunos padres ¡los míos! nos dijo uno
de los niños, que venían con nosotros y las brujas nos dijeron que nos iban a
quemar vivos ofreciendo el sacrificio al diablo.
Nos disponíamos a salir de la cueva para
ver a los padres prisioneros y en un movimiento que hicimos se desprendió una
gran piedra que hizo mirar a las brujas hacia donde nos encontrábamos, nos
acurrucamos en el suelo bajo una roca saliente y no nos vieron, pero, saliendo
del corro una de las brujas y cogiendo una escoba se elevó y dio varias vueltas
a mucha altura pero no logró vernos descendiendo para reunirse con el resto de
las brujas que con los brazos levantados imploraron al diablo que cerrase la
salida de las escaleras por las que habíamos bajado y cayeron gran cantidad de
piedras quedando tapada la salida por completo.
Nosotros salimos del escondite y fuimos a
otra cueva donde estaban prisioneros los padres de los niños.
Les preguntamos igual que a los niños como
y por qué se encontraban prisioneros. Respondieron que, en el descanso de la
excursión para comer aparecieron estas brujas y diciéndonos que estábamos en
lugar sagrado del diablo y tenían que sacrificar a varios y entregarle los
corazones de los que quemaremos. Y elevándose una de las brujas nos echó por
encima a todos una lluvia que nos quemaba y mareados nos condujeron aquí.
--Tenéis que sacarnos de aquí, nos van a
matar a todos para ofrecer nuestros corazones al diablo.
--Pero no conocemos ninguna salida.
--¿Por donde habéis entrado vosotros?
--Por unas escaleras que la han cegado
porque cayó una roca cuando veníamos a veros. Imploraron al diablo y les hizo
caso.
--Tenéis que bajar y que os vean y entonces
tenéis que gritar con fuerza ¡Ave María! Nos dijo uno de los prisioneros que
era el cura del colegio. Y desaparecerán.
Entonces tenéis que encontrar una piedra
grande roja y debajo están las llaves de estas celdas y las de los niños, pero
tenéis que daros prisa o vendrán unas
ratas gigantes que tenían miedo a las brujas pero, al no estar ellas se
encargarán de nuestros cuerpos.
Mientras las brujas discutían a quien
quemaban primero si a un niño o a un mayor, bajamos por donde no nos podían ver
las brujas a fin de sorprenderles de repente. Y así fue, todas se fijaron en
nosotros con cara de sorpresa y antes de que reaccionaran gritamos ¡Ave María!
y desaparecieron volando a muy poca altura y nos fijamos por donde salieron.
Rápidamente comenzamos a buscar una piedra roja pero no la veíamos por ninguna
parte hasta de Igor vio en un rincón bajo el saliente de una roca una cosa
roja, fuimos corriendo, la levantamos y efectivamente había una serie de
llaves, las cogimos y subimos a las cuevas pero nos resbalábamos y nos costó
mucho llegar hasta ellos.
Les abrimos las celdas y resultó que eran
30 niños y cuatro matrimonios más el cura del colegio.
Llegamos a la explanada y oímos unos rugidos—se
acercan las ratas gigantes—nos dijo el cura, ¡tenemos que darnos prisa en salir
de aquí!
--En una de esas aberturas tiene que estar
la salida, dije yo que habíamos visto salir a las brujas ¡démonos prisa! Pero
no resultó la salida que yo creía.
Recorrimos por todas las cuevas y ninguna
tenía salida. Uno de los hombres dijo—movamos esta roca redonda—entre varios
movimos la roca y efectivamente había una salida pero estaba muy oscuro.
Cogimos una cuantas velas de las que iluminaban la explanada y nos adentramos
por aquel camino de tierra encharcada. Veíamos arañas gigantes, sapos también
gigantes, culebras de dos cabezas y otros muchos animales enormes que les
acercábamos las velas encendidas y retrocedían pero otra vez vuelta.
Los padres y madres de los niños y alguno
de ellos y nosotros haciendo corro y en el centro los chicos íbamos avanzando
muy poco a poco.
Ya llevábamos un buen rato andando por el
camino enfangado cuando en una salida nos encontramos con otra gran galería,
también muy grande en la que había mucha arboleda y unas setas grandísimas que
eran la vivienda de unos seres de mediana estatura con un solo ojo en el centro
de la frente y armados con una lanza y un escudo que lo sujetaban en el brazo.
Nos vieron, y en seguida, a un sonido como
de sirena salieron de las setas muchos, llamémosles hombres, todos ellos
armados, y nos rodearon.
A empujones nos llevaron a un rincón para
que no nos moviéramos. Por señas nos dijeron que nos sentáramos.
Repentinamente salio de una de las setas
gigantes uno de estos individuos gritando y haciendo unos movimientos que
entendimos que alguien de dentro estaba muy enfermo.
Entonces el cura, con gestos, se hizo
comprender ante uno de los guardianes que él podía curarle, claro está que fue
una ocurrencia para ver si efectivamente le podía curar y conseguir alguna
ventaja ya que en la situación que estábamos teníamos mal panorama.
El guardián que habló con el cura abandonó
su puesto para dirigirse a otro de estos seres con apariencia de jefe de todos
ellos y conversaron con gestos supusimos que sobre el ofrecimiento del cura.
El que parecía jefe se acercó al cura y aparte,
por medio de señas y marcas en el suelo de tierra, pareció que se entendieron.
Cuando se acercó el cura a nosotros nos
dijo que el acuerdo a que habían llegado era: tenía que curar al enfermo, de lo
contrario no saldríamos jamás de allí y trabajaríamos para ellos durante toda
nuestra vida.
Si lograba la curación nos enseñaría el
camino de vuelta a nuestros lugares de origen.
--Y ¿entiende usted de medicina? Le
preguntó uno de los padres
--¡No! Pero algún intento hay que hacer
para salir de aquí, de modo que voy a ver como está el enfermo.
Cuando salió nos contó que resultó que no
era enfermo sino enferma y además la mujer del jefe y ciertamente estaba muy
mal.
Entonces se dirigió hacia la arboleda y
comenzó a buscar algunas hierbas. Cogió unas cuantas y pidió unas tijeras y
algo para machacarlas, que le costó mucho que le entendieran.
Le trajeron las tijeras y algo parecido a
un almirez y una vez cortadas las hierbas
las metió en el supuesto almirez, con todo se metió otra vez en la
casa-seta de la enferma.
Una vez machacadas las hierbas pidió agua,
que en este caso le entendieron enseguida y una vez preparado el mejunje le dio
a beber a la enferma.
Esto ocurrió a última hora de la tarde.
Nos trasladaron a un lugar cubierto,
también muy amplio y que se dividía en dos partes. Una era comedor con mesas
corridas y bancos también corridos. Y en la otra estancia había varios
colchones rellenos de paja sobre unas tablas para evitar la humedad del suelo,
lo que quería decir que habían preparado aquello para una larga estancia.
Nos hicieron sentar y comenzaron a traernos
comida (que no se que sería pero estaba muy bueno o quizá fuese porque
llevábamos mucho tiempo sin comer nada) y también nos trajeron fruta, plátanos,
algo parecido a mandarinas, fresas, en fin fruta conocida, vamos que nos
atendieron muy bien.
El cura fue a visitar a la enferma y nos
dijo que parecía tener menos fiebre.
Nos acostamos y al día siguiente el cura
volvió a preparar el ungüento y lo llevó a la enferma.
Cuando volvió estaba contento porque la
enferma ya abría el ojo y el jefe también estaba más contento y trataba al cura
con mucha amabilidad.
Transcurrieron cuatro días y la enferma
curó y daba paseos de seta en seta saludando a sus inquilinos.
Entonces el cura se dirigió al jefe
diciéndole que su mujer ya estaba curada recordándole que nos prometió que si
le curaba nos indicaría como marcharnos.
El jefe respondió que lo tenía en cuanta y
le hizo una serie de reverencias demostrando su agradecimiento por haber curado
a su mujer. Le dijo también que estaba esperando un barco en el que entraran
todos y que no tardará en llegar: todo esto por señas y marcas en el suelo de
tierra.
Cuando el cura nos estaba explicando todo
esto apareció uno de estos individuos corriendo y excitado y fue directamente a
jefe. Nos invadió el miedo creyendo que venían algunos de los animales que
habíamos visto por el camino.
Cuando el jefe y el recién llegado
terminaron de conversar, el jefe se acercó a hablar con el cura y le dijo que
ya estaba esperando un barco para trasladarles.
--¡Pero aquí no hay mar ni lago alguno!
Respondió el cura, por señas claro, pero ya parecía que hacía tiempo que se
comunicaban porque ya se entendían con rapidez.
Tuvieron otra corta conversación—señas y el
cura nos explicó: tengo que enseñarle las hierbas que he utilizado para curarle,
que el mar está a cuatro horas de distancia, ellos nos acompañarán hasta allí y
habrá un barco esperando que nos llevará a nuestro destino. ¡Saldremos mañana
por la mañana!
Llegó esa mañana y anduvimos por el bosque,
caminos rocosos y de fango, grandes desfiladeros y varios arañazos de ramas y
arbustos.
Por fin llegamos a una playa inmensa y el
mar, que nos dijo el nombre pero ninguno entendimos deseosos de marcharnos.
El lugar era de una gran belleza.
Un barco grande nos estaba esperando en un
muelle natural entre rocas a cuyo servicio estaban un capitán y tres o cuatro
marineros, todos con un ojo en la frente.
No tuvimos que mojarnos para entrar en el
barco. Este era lujoso con toda clase de comodidades.
Cuando todos estuvimos dentro el cura y el
jefe que nos acompañó se despidieron muy afectuosamente.
El barco se puso en marcha y al cabo de 20
minutos comenzó a elevarse como un avión, subió y subió, sobrepasó las nubes y
a partir de entonces todo era mar.
¡Mikel! ¡Igor! Vamos levantaros que ya es
la hora del desayuno y luego al cole.
Y así me quedé sin enterarme hasta donde
nos llevaría este misterioso barco.
Le conté a Igor mi sueño y respondió ¡que
pena que yo no lo he soñado!
San Sebastián/Donostia, 12 de abril de 2020
José María Goikoetxea Anabitarte
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