HOMENAJE
A JOSE BERRUEZO CIEN AÑO DE VIDA DE SAN SEBASTIÁN (1879-1979) QUINTA PARTE
A lo largo de los siglos
el Urumea ha sido la arteria vital donostiarra, camino comercial y vía de
acceso al interior de la provincia, gran foso defensivo cuando la guerra con
sus rigores amenazaba la ciudad.
También durante siglos
un solo puente ponía en comunicación las dos orillas aliviando a campesinos y
mercaderes, a viajeros y peregrinos de tener que utilizar la gabarra. Este
puente, que tomó el nombre de Santa Catalina por la basílica existentes en sus
proximidades, hace hoy el número diez de los que sucesivamente tuvo San
Sebastián, aunque situados un poco más aguas arriba que el actual cuya fábrica
data de 1872, siendo el primero hecho de piedra pues los anteriores fueron de
madera. Se construyó con arreglo a planos del arquitecto Cortazar y con un
costo de dos millones y medio de reales. Ya en nuestro siglo (XX) el puente
Santa Catalina ha sido ensanchado tres veces; en 1911, en1924 y en 1978.
La llegada del ferrocarril
a nuestra ciudad el 15 de agosto de 1864 y el auge que pronto alcanzaron los
barrios de Atocha y Eguía donde fueron naciendo algunas industrias importantes,
así como la instalación de la Plaza de Toros y el Velódromo, al otro lado de
las vías, crearon un núcleo de población necesitado de un medio de comunicación
directa que evitase a los peatones y a los vehículos dar una larga vuelta hasta
el puente de Santa Catalina. Durante años sirvió a esa necesidad una pasarela
de madera que, arrancando a la altura de la casa nº. 7 de la calle Prim llegaba
hasta el hotel Términus prolongándose con otra que sobre las vías terminaba en
el paseo de Atocha. Se llamó puente provisional y su provisionalidad duró hasta
el 20 de enero de 1905, fecha inaugural de un nuevo puente—el de María
Cristina—realizado mediante la generosa aportación de la Caja de Ahorros
Municipal cuyo donostiarrismo volvió a evidenciarse al conceder al Ayuntamiento
un crédito de dos millones de pesetas para poder terminar las obras de encauzamiento
del Urumea (*)
En la historia del
urbanismo donostiarra, la inauguración del nuevo puente que iba a llamarse de
los Fueros en honor de la Reina Madre se llamó María Cristina, tuvo el prólogo
de otra inauguración aquel mismo día de San Sebastián de 1905; la del nuevo
muelle proyectado por el ingeniero D. Alberto Machimbarrena y terminado dos
años antes del plazo convenido.
A las once y media de la mañana de dicho 20 de
enero, el barrio de la Jarana, la subida al castillo, el “Paseo de los Curas”,
presentaba el aspecto de un día de regatas; tal era el gentío allí congregado
para asistir a la bendición y entrega del nuevo muelle que, en aquel mismo
momento, fue inaugurado pues una grúa preparada al efecto procedió a extraer la
primera carga –olorosos sacos de cacao—de la bodega del vapor “María
Gertrudis”. Hubo aplausos, cohetes y revuelo de palomas y la Banda de Música
atacó una marcha de circunstancias mientras el Sr. Machimbarrena, autor del
proyecto, y el ingeniero Sr. Offmeller, director de la obra recibían
enhorabuenas.
Pero la gran fiesta de
aquel 20 de enero de 1905 fue la inauguración del puente que unía la ciudad en trance de crecimiento con la
Estación del Norte. Para su construcción hubo un concurso al que se presentaron
catorce proyectos, siendo elegido el del arquitecto D. Julio Zapata con el
ingeniero de caminos D. José Eugenio Ribera, a los que un jurado compuesto por
D. Pablo Alzola, D. Ricardo Uhagón, D. Evaristo Churruca, D. Enrique Gadea y D.
Marcelo Sarasola, concedió el premio de cinco mil pesetas.
El puente había de
tener 88 m . de largo y 20 de ancho
con tres ojos de 24 metros de luz. Para
su construcción se empleó el cemento armado, que constituía una novedad, lo
cuan fue causa de alguna suspicacia pronto vencida por la autoridad del Sr.
Ribera que era un técnico de reconocido prestigio en esa clase de materiales.
Para aquella fiesta
ciudadana el día se vistió de gala y aunque
la nieve coronaba las crestas de las Peñas de Aya un sol primaveral calentó aún
más los entusiasmos de los miles de personas que se habían congregado a lo
largo del paseo de los Fueros y la explanada de la Estación del ferrocarril.
Las autoridades presididas por el alcalde D. José Elósegui –que ostentaba la
representación de la reina D.ª María Cristina, por lo que las tropas del
Regimiento Sicilia le rindieron honores—ocuparon lugar preferente para escuchar
el discurso del primer regidor, asistir a la bendición por el clero del Buen
Pastor, oír al Orfeón Donostiarra con el coro de triples de las Parroquias y
los niños de la Academia Municipal cantar el Himno compuesto por el maestro
Santesteban, y ver cortar la cinta simbólica…Luego el público pasó por el nuevo
puente y también lo hicieron algunos carruajes siendo los primeros los de las
señoritas de Londaiz, Otermín y Seoane, el del Sr. Zappino y el del General
Calleja.
Con motivo de la
inauguración del puente, S. M. la Reina concedió a los tenientes de alcalde
Sres. Tabuyo e Inciarte la encomienda de Isabel la Católica y a los Sres.
Ribera, Zapata, Goicoa y Sarasola la de Alfonso XII.
Para pagar aquella obra
que tanto iba a beneficiarse el pueblo de San Sebastián, la Caja de Ahorros
Municipal hizo al Ayuntamiento un anticipo de 700.000 pesetas, sin interés,
reintegrables en el plazo de 100 años, cantidad con la que holgadamente
pudieron liquidar las 378.494,50 pesetas gastadas en las obras de construcción
y las 120.340 en los cuatro templetes que jalonan la entrada y salida del
puente, cuyas partes escultóricas eran obra del profesor de la Escuela de
Bellas Artes de San Fernando D. Ángel García Díaz.
Algunos vieron en las
líneas del puente de María Cristina una reproducción, a escala donostiarra,
pues el Urumea no es ciertamente el Sena, del parisiense de Alejandro III…
Pero quienes así
opinaban posiblemente lo hacían contagiados de entusiasmo hacia aquella novedad
urbanística por el estro poético de D. Práxedes Diego Altuna que había escrito
una oda al estilo de Quintana en alabanza del puente y en elogio de la Caja de
Ahorros Municipal.
A lo largo del último
tercio del siglo pasado (XIX), el crecimiento de San Sebastián, que con los
ensanches dobla su superficie urbanizada, duplica y hasta triplica el número de
habitantes que pasan de 14.600 en el año 1860 a 20.823 el 1880 y a 30.027 en el 1890,
para entrar en el siglo XX con 35.503…, cifras que aumentan notablemente
durante la temporada veraniega.
Esta progresión
demográfica trae como consecuencia una serie de exigencias
socio—administrativas que el Municipio va satisfaciendo con acertadas
soluciones urbanísticas; viales, alcantarillado, paseos, parques, puentes,
alumbrado, construcción de centros oficiales, escuelas, etc. y aunque
fundamentalmente no sea competencia municipal atender la vida religiosa de los
ciudadanos, también colabora de manera eficaz para que la vida espiritual esté
perfectamente servida. Y pronto serán erigidas en los tres principales
Ensanches tres nuevas parroquias; San Sebastián, San Ignacio y el Buen Pastor.
La iglesia del Antiguo,
que hunde sus cimientos en la Edad Media donostiarra—y hasta diría que antes de
que San Sebastián fuese San Sebastián--, sufrió al correr los siglos los
rigores de la guerra y de manera especial los que tuvieron por causa las
invasiones francesas—convencionales, napoleónicas, hijos de San Luis--, pero
fueron las contiendas civiles españolas las causantes de su definitiva ruina.
Al terminar la guerra carlista en 1876 aquella antigua parroquia rural, situada
en el solar que actualmente ocupa el Palacio de Miramar, destruida en 1836,
había sido reconstruida pobremente con carácter provisional.
Elegido aquel lugar por
S. M. la reina para levantar en él su Real Casa de Campo de Miramar—como ya ha
quedado dicho antes--, el prelado diocesano autorizó la permuta de terrenos
siendo bendecida la primera piedra de la nueva parroquia el 24 de septiembre de
1888 e inaugurada al año siguiente el 8 de septiembre; este acto revistió gran
solemnidad con asistencia de S. M. y
altas autoridades religiosas y civiles, dándose a la plaza formada delante del
nuevo templo el nombre del rey niño, D. Alfonso XIII, que actualmente conserva.
La parroquia de San
Ignacio nace como una consecuencia de la urbanización del Barrio de Gros en
terrenos cedidos gratuitamente por doña Agueda Gros. Su familiar D. Tomás
regaló la piedra necesaria para la construcción del templo cuyas obras dieron
comienzo el 25 de septiembre de 1892 gracias a un donativo de 5.000 pesetas que
hizo el prelado diocesano, dinero insuficiente por lo que hubo de recurrir al
arbitrio de una suscripción popular.
El arquitecto municipal
D. José Goicoa hizo el proyecto con una superficie de 1.200 m .² capaces de acoger
a 2.000 fieles. Bastantes más acudieron, seis días antes de la inauguración del
Buen Pastor, a la bendición de la nueva parroquia colocada bajo la advocación
de San Ignacio.
A la religiosa ceremonia asistió la reina D. ª
Mará Cristina interesándose vivamente por la terminación de las obras, ya que
faltaba por ser levantada la torre… que hubo de esperar hasta 1928 en que con
legado del duque de Mandas pudo darse remate al templo, en el que en 1900 y
costeado por el Ayuntamiento había sido colocado el reloj.
En el arreglo parroquial
diocesano de 1881 se recomendaba la erección de una nueva parroquia en el
ensanche donostiarra resultante de la desecación de las marismas de Amara. Pero
no había dinero suficiente para levantar una gran fábrica (iglesia), el 1 de
julio de 1885 se instala modestamente en los bajos de la casa núm. 44 de la
calle San Marcial, haciendo esquina a Urbieta donde se encuentra la pastelería
“La Dulce Alianza”. Sus proporciones eran la de una capilla que pronto resultó
insuficiente para acoger a toda la feligresía. Entonces los vecinos pidieron al
Ayuntamiento la cesión de una parte del solar destinado a Mercado de San Martín
concediéndoseles la parte que ocupó la pescadería entre las calles Loyola,
Arrasate y Urbieta, donde el 25 de marzo de 1888 se abrió al culto la nueva
parroquia puesta bajo la advocación del Sagrado Corazón de Jesús. Siendo
también insuficiente para las atenciones del culto se gestionó un solar más
amplio, pero con fecha 25 de agosto de 1887 el Ayuntamiento cedió un terreno de
cerca 2.000 m .²
en el centro de la que sería gran plaza del Buen Pastor. Pronto se hicieron
públicas las bases de un concurso para construir un templo de estilo gótico con
capacidad para 4.000 personas. Se presentaron cuatro proyectos, siendo premiado
con 1.000 pesetas el del arquitecto donostiarra D. Manuel Echave que también se
hizo cargo de la dirección de las obras.
El 29 de septiembre de
1888 tuvo lugar el solemne acto de colocación de la primera piedra, ceremonia
que fue iniciada con una misa cantada por el Obispo de la diócesis en la
iglesia del Sagrado Corazón a la que asistieron la Reina Regente con sus hijos,
el Infante D. Antonio de Orleans, el presidente del Consejo de Ministros Sr.
Sagasta, el ministro de Marina, los Generales Córdova y Lomas, el Brigadier
Salinas, el duque de Medinasidonia, las autoridades provinciales y locales y
miles de donostiarras y forasteros que se sumaron al acontecimiento.
El señor Obispo
pronunció un discurso grandilocuente poniendo tanto fuego a sus palabras y
tanta energía en los ademanes que al
accionar, rubricando con el gesto uno de los párrafos dio tal manotazo a
la mitra que voló por el aire con la consiguiente hilaridad de parte de los
asistentes. Su Majestad dirigió, por
encima de los impertinentes, una bondadosa sonrisa al abochornado prelado
protagonista de aquel insólito episodio que abrevió la perorata para que el
notario Sr. Orendain leyese el acta en la que se recogían los detalles de la
ceremonia. Doña María Cristina firmó dicho documento y también el rey D.
Alfonso XIII a quien, como tenía solo dos años y medio, su madre le llevó la
mano en aquel su primer acto oficial.
La primera copia del
acta, una foto de la Regente y otra de S. S. el Papa León XIII, varios
ejemplares de los periódicos del día y algunas monedas fueron enterradas en una
caja de plomo que se colocó bajo la primera piedra del nuevo templo parroquial…
Pero hasta que pasaran nueve años no acabarían las obras de construcción del
Buen Pastor. Dificultades económicas las paralizaron durante 24 meses, hasta
que por fin, y sin la airosa torre, el 30 de julio de 1897 tuvo lugar la
inauguración de la iglesia asistiendo al acto la familia real, ministros,
cuerpo diplomático, autoridades y numeroso público en la que ya era Plaza del
Buen Pastor.
El Te Deum de Eslava culminó la ceremonia religiosa en el interior del
templo y luego en el exterior cantó el Orfeón Donostiarra quemándose una
vistosa colección de fuegos artificiales.
La torre fue terminada
merced a una suscripción popular, el y u2
de mayo de 1899.
Al ser erigida Guipuzcoa
en Diócesis segregada de la de Vitoria el 2 de noviembre de 1949, la parroquia
del Buen Pastor –continuando como tal parroquia—fue declarada Catedral. Su
estructura interna experimentó algunas modificaciones adecuadas a su nuevo
destino y el 19 de enero de 1954 se inauguró un nuevo y magnífico órgano que es
el mayor de España y uno de los mayores de Europa. Fue adquirido en aplicación
a un legado testamentario de D. Fermín Lasala, duque de Mandas, siendo su
importe superior al millón de pesetas… algo más de lo que cincuenta y cinco
años antes había costado la construcción del templo parroquial.
Comentarios
Publicar un comentario