HOMENAJE
A JOSE BERRUEZO CIEN AÑO DE VIDA DE SAN SEBASTIÁN (1879-1979) SEPTIMA PARTE
En el capítulo de
diversiones públicas, el Teatro tiene en San Sebastián una antigüedad que se
remonta al Siglo de Oro pues hay constancia documental que el año 1619 el Ayuntamiento
reedificó la Casa de Comedias.
Ya en el tiempo que nos
ocupa encontramos que el 6 de abril de 1828, Pascua de Resurrección, es abierto
al público en Teatro del Café Viejo o del Cubo, establecimiento éste ubicado en
el Cubo Imperial, regentado por D.ª Facunda Ortí y que daba acceso a la nueva
sala de comedias que tenía un aforo de 300 espectadores, con doce palcos—uno
destinado al Concejo Municipal--, lunetas de madera sin forro, una lucerna de
quinqués de aceite y velas de sebo en los pasillos. Todo el repertorio del
teatro neoclásico y romántico pudo ser conocido por los donostiarras en aquel
pequeño “Coliseo” embutido en las viejas murallas. Cuando ya se pensaba en el
derribo de estas fortificaciones, el Ayuntamiento dispuso la construcción de un
teatro municipal. Con arreglo a los planos del arquitecto Echeveste fue
construido con fachada a la calle Mayor e inaugurado en 1843. Había costado
337.434 reales y permaneció en su primitivo estado hasta el 29 de mayo de 1900
en que se procedió a obras de restauración.
Nuevamente restaurado en
1933 fue reinaugurado el 5 de agosto de ese año con la zarzuela El ama de Ardavín y del maestro
Guerrero. Una nueva reforma ha tenido lugar en 1976. El teatro Principal sirvió
de marco a dos episodios de la historia local, uno feliz y otro desgraciado;
primero, cuando el alcalde de la ciudad D. Eustacio Amilibia dio lectura desde
el palco del Ayuntamiento al telegrama que le había enviado el Duque de Mandas
anunciando, en mayo de 1863,la autorización para el derribo de las murallas. El
luctuoso ocurrió el 27 de enero de 1876,durante el sitio de San Sebastián por
los carlistas, cuando una granada lanzada desde Arratsain entró en el Teatro
alcanzando y destrozando las piernas a quien era su conserje, el notable poeta vasco
Indalecio Bizcarrondo, “Bilinch”, que murió el 21 de julio de ese mismo año a
consecuencia de las heridas. A los pocos días se celebró en el Principal una
función en beneficio de su familia en la que tomó parte el actor Antonio Vico
que hacía una temporada en dicho teatro.
Años más tarde—en
1899—se encontraba Vico trabajando en el mismo Principal cuando llamó a la
puerta de su camerino una señora que dirigiéndose al artista le dijo:
--¿Usted no me conoce, verdad?
El gran actor contestó:
-- No tengo el gusto; al menos, no recuerdo…
Continuó entonces la
recién llegada:
-- Hace veintitrés años una granada de los carlistas mató a
mi marido el poeta “Bilinch”. Yo quedé
en una situación muy aflictiva. Usted se hallaba en San Sebastián y trabajó en
una función destinada a proporcionarme recursos. Todos los artistas cobraron su
sueldo menos usted que renunció a él a favor mío. No quiero con este pobre
obsequio pagarle aquel favor, sino demostrarle que no he olvidado lo que usted
hizo.
Y la viuda de “Bilinch”,
entonces popular estanquera, entregó a Vico el paquete que traía: una caja de
habanos.
De esta anécdota dio fe
Ángel María Castell, a la sazón periodista en San Sebastián.
Tras el derribo de las
murallas en 1864 se levantó en terrenos donde luego sería construido el Gran
Casino un pabellón que servía alternativamente de Teatro y Circo, nombre éste
por el que se le conoció. En él –lo he dicho en otro capítulo—tuvo lugar en
1870 el concierto a beneficio del pueblo navarro de Jaurrieta destruido por un
incendio. Uno de los números fue el Ave
María de Gounod interpretado por el tenor Gayarre, el violinista Sarasate y
el maestro Guelbenzu al piano, los tres grandes artistas navarros.
Sarasate, que distribuía
sus veraneos entre Biarritz y San Sebastián, estrenó aquí su Capricho Vasco (op. 24), el zortziko
Miramar (op.42) dedicado a la reina D.ª María Cristina ante quien lo interpretó
por vez primera, y el zortziko Iparraguirre
(op. 39) también estrenado en nuestra ciudad.
Otro Teatro-circo – en
la calle Aldamar—levantado en el solar del frontón “Beti—Jai”, ardió totalmente
en la madrugada del lunes 29 de diciembre de 1913. Y el 27 de febrero de ese
mismo año dejó de existir, víctima también del fuego, el Palacio de Bellas
Artes sito en la calle Eukal—Erria. Había sido inaugurado el 20 de noviembre de
1895, construido según planos de Goicoa por iniciativa de los Sres. Camio y
Egaña para ser “Templo de las Bellas Artes”. Y en efecto, además de teatro
tenía en sus bajos la Academia de Música que dirigía el maestro Larrocha y la
Academia de Cocina—Arte de la Gastronomía al fin de cuentas—del “chef”
Ibarguren. Por su escenario pasaron grandes figuras del teatro de finales y
comienzos del siglo encabezadas las españolas por la eximia María Guerrero y
por su esposo Fernando Díaz de Mendoza. La famosa actriz francesa Sarah Bernhardt
representó allí la comedia Frou-frou
el 27 de noviembre de 1899.
El Bellas Artes sucumbió
a la tentación del cine y su destrucción ocurrió precisamente cuando se estaba
preparando la proyección de uno de sus “jueves de moda”
El hombre de mundo, de Ventura de la Vega, fue la obra con la que el
17 de junio de 1870 se inauguró otro Teatro-Circo, construido en el ángulo de
las calles Andía y Garibay, solar que ocupa actualmente la Residencia de los
Padres Jesuitas, cuya iglesia conserva la forma circular de la pista, con el
altar mayor donde estaba el escenario.
Por cierto que un diario dio la noticia de la bendición del nuevo templo con esta titular: “Hoy ha estrenado el Teatro-Circo nueva Compañía” Las que habían actuado en el escenario de aquel coliseo tenían nombres tan prestigiosos como la soprano Emma Nevada y el tenor Gayarre, los actores Vico y Romea… y una larga lista de aficionados locales pues el circo fomentó las creaciones teatrales de los ingenios y de los artistas donostiarras. Así el 21 de febrero de 1885 se representa en su escenario la ópera Prudente de Serafín Baroja y del maestro Santesteban; el 1 de mayo de 1886 ofrece el estreno de la revista La Bella Easo, con letras de Soroa y música de Soraluce; el 21 de febrero de 1887 se da el espectáculo de cuadros de costumbres “iruchulas”, original de los mismos autores, Iriyarena; el 4 de marzo de 1889 se estrena la ópera Iparraguirre, original de “dos conocidos jóvenes de la localidad…” Además fueron famosos los bailes de Carnaval en el Circo; y aún viven quienes sus más lejanos recuerdos infantiles de aquella sala están unidos al nombre del payaso Tony Grace y su burro Rigoletto, y los números ecuestres de la Compañía de Mr. Gay y a la “danza serpentina” de la Geraldini toda envuelta en luces y colores… ¡Ah! Y también recordarán que la entrada a galería costaba 25 céntimos… con derecho a vender la contraseña.
Por cierto que un diario dio la noticia de la bendición del nuevo templo con esta titular: “Hoy ha estrenado el Teatro-Circo nueva Compañía” Las que habían actuado en el escenario de aquel coliseo tenían nombres tan prestigiosos como la soprano Emma Nevada y el tenor Gayarre, los actores Vico y Romea… y una larga lista de aficionados locales pues el circo fomentó las creaciones teatrales de los ingenios y de los artistas donostiarras. Así el 21 de febrero de 1885 se representa en su escenario la ópera Prudente de Serafín Baroja y del maestro Santesteban; el 1 de mayo de 1886 ofrece el estreno de la revista La Bella Easo, con letras de Soroa y música de Soraluce; el 21 de febrero de 1887 se da el espectáculo de cuadros de costumbres “iruchulas”, original de los mismos autores, Iriyarena; el 4 de marzo de 1889 se estrena la ópera Iparraguirre, original de “dos conocidos jóvenes de la localidad…” Además fueron famosos los bailes de Carnaval en el Circo; y aún viven quienes sus más lejanos recuerdos infantiles de aquella sala están unidos al nombre del payaso Tony Grace y su burro Rigoletto, y los números ecuestres de la Compañía de Mr. Gay y a la “danza serpentina” de la Geraldini toda envuelta en luces y colores… ¡Ah! Y también recordarán que la entrada a galería costaba 25 céntimos… con derecho a vender la contraseña.
Pero el gran teatro, el
coliseo que alcanzó los últimos resplandores de la “Belle Epoque” ha sido el
Victoria Eugenia, inaugurado la noche del sábado 20 de julio de 1912 con la
representación de En Flandes se ha puesto
el sol, de Eduardo Marquina, por la Compañía de María Guerrero y Fernando
Díaz de Mendoza.
El 17 de mayo de 1902 se
había constituido bajo la presidencia de D. Guillermo Brunet la Sociedad de
fomento de San Sebastián, --debida a la iniciativa de un grupo de socios del
Club Cantábrico—que acordó llevar adelante la construcción de un hotel y de un
Teatro a tono con el auge turístico que iba tomando la ciudad… Y a los diez
años ya eran realidad el “María Cristina” y el “Victoria Eugenia”.
Las obras se hicieron con arreglo a los planos
del arquitecto D. Francisco Urcola y el Teatro—en cuya construcción olvidaron
las taquillas—tenía la particularidad de que el patio de butacas podía elevarse
hasta la altura del escenario. Por él desfilaron las mejores Compañías de siglo
XX; recordemos el 11 de abril de 1914 la representación de Las Golondrinas de Usandizaga y el 30 de enero de 1918 la de La llama, obra póstuma del malogrado
compositor donostiarra; el 3 de noviembre de 1920 el telón se levantó para dar
paso a Parsifal. Los espectáculos
líricos siempre fueron muy cuidados en este teatro donde en septiembre de 1940
dio comienzo la Quincena Musical que pronto ganó prestigio internacional.
En 1922 –el 29 de
julio—se levantaba el telón de un nuevo teatro, el del Kursaal, dentro del
complejo de aquel centro de recreos; por la tarde, con asistencia de S. M. D. ª
María Cristina, hubo un concierto—los Preludios
de Liszt—a cargo de la orquesta que dirigía Pérez Casas, más la actuación de la
pareja de baile formada por Miss Thina and Girardy y como fin de fiesta el
diálogo de los hermanos Quintero Lectura
y escritura. Por la noche la Compañía de Mercedes Pérez Vargas puso en
escena Lo cursi.
El Teatro Kursaal
sobrevivió al Gran Casino que también tuvo su “bombonera” -- hoy salón de
sesiones del Ayuntamiento--, por la que desfilaron grandes compañías españolas
y extranjeras. En sus últimos años se dedicó preferentemente a proyecciones
cinematográficas, siendo la última que se proyectó en su pantalla la del 22 de
septiembre de 1972.
Pero el cine bien merece
un recuerdo; nadie podía pensar en el San Sebastián finisecular que aquellos cajones
instalados el verano de 1891 en el núm. 14 del Bulevar en los que a través de
unas lentes se veían, dotadas de cierto movimiento, escenas de la guerra de
Crimea o a la Bella Geraldini bailando su célebre “danza serpentina”, mientras
que a la vez por unos tubos de goma se escuchaba la Marcha Turca o La muerte del cisne, nadie podía pensar—repito—que
en aquella “novedad desconcertante llamada kinetoscopo” estaba el germen de un
arte –el Septimo—y de una industria—la cinematográfica--… Mucho menos podían
llegar a esta adivinación los espectadores de las proyecciones de Linterna
Mágica en las casetas de las ferias de San Juan cuyos frontis llenaban con sus
figuras en movimiento los barrocos y musicales orquestrófonos. Casetas de
Farrusini, de Sanchís, de Rocamora que recorrían España entera maravillando a
los públicos con aquellas proyecciones en colores. Y cuando los hermanos
Lumiére comercializan en 1895 su cinematógrafo, San Sebastián conocerá, tres
meses después que Madrid, aquel “prodigioso invento” con El regador regado, la Salida de los trabajadores de la fábrica y la Llegada de un tren a la estación, pues
el 6 de agosto de 1896 en el núm. 19 de Bulevar se dará la primera proyección.
El éxito del
cinematógrafo fue fulminante, como lo acredita que en los cuatro años finales
del siglo XIX se instalen en nuestra ciudad media docena de “salas oscuras”; la
de Rocamora en la calle Fuenterrabía; el Novedades en el Bulevar; el
“Parisiana” en Hernani, 3; el Donostiarra en Guetaria, 15; el Cosmopolita en
Fuenterrabía, 28; llegando a darse proyecciones en algunos cafés.
El Palacio de Bellas
Artes de la calle Euskal-Erria también se pasó al cine lo que, como dejamos
dicho, parece haber sido la causa de su incendio y de su ruina. El Salón
Miramar—obra del arquitecto Ramón Cortazar—fue inaugurado el 1 de agosto de
1913 con una función en honor de las autoridades, pasándose unas películas y
actuando el Orfeón. El Trueba comenzó el 1 de octubre de 1923 proyectando en su
pantalla dos películas americanas, La
falda corta en cuatro partes y El
torero en dos.
En el barrio del Antiguo
había a comienzos de siglo dos salas—el Cine Jean y el Cine Charola—y a medida
que pasaban los años se fueron abriendo en San Sebastián más salas de
proyecciones hasta completar el número de doce que hay en la actualidad, cines
que ofrecieron al público donostiarra todas las novedades del Séptimo Arte—el
sonoro, el color, el relieve, el cinemascope. El Toddao, el cinerama, etc.
—pero además San Sebastián es desde septiembre de 1953 sede del Festival
Internacional del Cine.
En el umbral de 1900, el
mundo se preguntaba; ¿Qué nos traerá en nuevo siglo; un siglo tan redondo (el
XX), tan rotundo como el XIX? La respuesta en San Sebastián, no era angustiada
ni temerosa sino llena de esperanza puesto que el XIX había colocado a la
ciudad en el camino que llevaba hacia el camino de un sonrosado porvenir… Así
es que aquí ni la guerra anglo-boer en el Transvaal, ni los malos ratos de los
misioneros y los diplomáticos occidentales estaban pasando en China, ni las
secuelas del reciente desastre colonial español, quitaban el sueño a los
donostiarras…, algunos de los cuales habían cruzado apuestas sobre si el
siglo—y esta era al respecto su única preocupación—comenzaba el 1 de enero de
1900 o había que esperar un año hasta el 1 de enero de 1901… Y aunque el
Emperador de Alemania acabase de publicar un Decreto declarando que el siglo XX
empezaba con el 1900, lo cierto es que aquí se esperó doce meses para dar fin,
con el poeta “al siglo del vapor y del buen tono—al siglo diecinueve—o por
mejor decir decimonono.
La Noche Vieja de 1899
regaló a los donostiarras una temperatura estival hasta el punto que La Unión Vascongada escribía al día
siguiente: Ayer circulaba la gente por
todos los paseos públicos como en varano, molestando la ropa de abrigo, y por
la noche hasta se buscaba el fresco con agrado. La temperatura máxima pasó de
los 23 grados y constantemente estuvo el termómetro entre 18 y 20 grados.
Dicho día hubo misa a
media noche, no porque la Iglesia admitiera que a esa hora se producía el
tránsito de un siglo a otro, sino porque daba comienzo el Año Santo. Las
parroquias de Santa María y San Vicente que echaron a vuelo las campanas e
incluso dispararon cohetes, se vieron llenas de fieles, como lo habían estado a
las cinco y media de la tarde el Buen Pastor y la iglesia de El Antiguo… Pero
en medio de aquel ambiente de paz ciudadana al menos un donostiarra no la tuvo;
un chico de dieciséis años que a media noche intentó suicidarse lanzándose al
mar por el puente Santa Catalina, cosa que impidieron el sereno y algunos
trasnochadores que disfrutaban de la bondad del tiempo.
En cambio al año
siguiente, el martes 1 de enero de 1901 en que verdaderamente comenzaba el
siglo XX, el tiempo fue realmente infernal pues desde hacía días un furioso
vendaval azotaba el mar y la ciudad.
En la bahía los barcos
pesqueros tuvieron que levar anclas y refugiarse en Pasajes; y en el paseo de
la Concha, en el Monte Ruso del Parque de Alderdi-Eder, en los paseo de los
Fueros, Atocha y Bulevar el viento tronchó gruesas ramas de los árboles. Aquel
día los aguaceros, granizadas y chubascos con vientos huracanados del NE y
ventarrón del SO, fueron la nota dominante. A las seis de la mañana se
desencadenó una fuerte tormenta de truenos y relámpagos cayendo varios rayos en
las inmediaciones de la ciudad. A mediodía en el Bulevar “una anciana de
sesenta años”, D.ª Concepción Beovide, fue derribada por el fuerte viento
sufriendo la fractura de hombro derecho, y a las cuatro de la tarde otra racha
lanzó por tierra en el puente de Santa Catalina a otra señora fracturándole el
brazo izquierdo causándole heridas en la nariz, frente y mano.
Pero pese al temporal la
gente salió de casa para ir al Circo, donde había baile de cuatro a ocho y de
nueve a una, o bien refugiarse en el Principal y ver a las tres y media la
zarzuela El húsar o en la siguiente
función, a las ocho, deleitarse con las tres joyas líricas; El Santo de la Isidra, La Revoltosa y la
Verbena de la Paloma. Otras en cambio se fueron al Palacio de Bellas Artes
en la calle Eukal-Erría donde el “Cinebiógrafo Lumiere” ofrecía tres funciones
con películas como Batalla de Almohadas,
Desfile de Lanceros, Los apuros de Cleto y Baile en el Olimpia, ésta en
color, dándose en los intermedios proyecciones de linterna mágica.
Huelga decir que el
nuevo siglo fue recibido a las doce de la noche del día 31 con misas solemnes
en Santa María, San Vicente y el Buen Pastor. A la de la iglesia matriz
–iluminada con focos de luz eléctrica—asistieron las autoridades y en ella el
coro parroquial reforzado con elementos del Orfeón del Centro Católico cantó la
misa acompañado al órgano por el maestro Santesteban. Y huelga también decir
que el siglo XX fue recibido con alardes gastronómicos muy propios de una cena
de Noche Vieja y un banquete de Año Nuevo.
Para quienes tengan
curiosidad por saber lo que a las “etxekoandres” donostiarras costó abastecer
aquellas mesas familiares o bien deseen establecer comparaciones con la
economía familiar de comienzos del sigo XX, les diré los precios que rigieron
en los mercados de entonces:
Gallinas de 6,50 a 9 pesetas; perdices
de 4,50 a
5 pesetas el par; liebres a 4 pesetas; cordero de 10 a 12 pesetas unidad;
solomillo de ternera a 3 pesetas kilo; jamón a 5 pesetas kilo; chorizo 3,50
kilo; merluza 2,50 kilo, congrio a 3 y besugo a 1,50. Las manzanas a 0,30 la
docena; las nueces a 1,25 el celemín y las castañas a 0,75. Las patatas a 0,20
kilo y las alubias a 2,25 el celemín; los huevos a 1,40 la docena, la leche 0,25 litro y el queso
del país 2,50 el kilo.
El vino tinto—“Rioja
Alta etiqueta dorada”—a 2 pesetas botella, “El Marqués de Riscal” cosecha 1896 a 2,50… y devolviendo
el casco vacío entregaban 25 céntimos.
Se comprende que con
estos ingredientes gastronómicos a los donostiarras no les quitase el sueño ni
la guerra del Transvaal, ni la ofensiva xenófoba en China, sangrientos
acontecimientos que a lo largo del año llenaron las columnas de los periódicos
y bajo cuyo dramático arco el mundo había entrado en un nuevo siglo.
No había pasado un
cuarto de siglo desde que el francés Muchaux inventara el velocípedo, cuando
los jóvenes donostiarras se atrevían a encaramarse en aquella gigantesca rueda
del biciclo para lucir su estampa de “sportmen” ante los atónitos ojos de las
damiselas asistentes al concierto del Bulevar.
La afición al ciclismo
prendió en San Sebastián con tal fuerza que ya en 1887 la empresa del Gran
Casino dispuso habilitar un pequeño Velódromo entre la terraza del recién
inaugurado centro de recreo y el parque de Alderdi-Eder. No era de grandes
proporciones, pero en su pista el vasco-francés Loste, que había tomado parte
en bastantes pruebas ciclistas en Burdeos, hacía exhibiciones y ganaba carreras
a los aficionados donostiarras que pronto perdieron el miedo a cabalgar en los esquemáticos si que pesados
vehículos de dos ruedas.
Que el gusto por el
deporte, y quizá también por el riesgo, velocipedista fue en aumento nos lo
dice un acuerdo municipal del 10 de junio de 1891 autorizando al Sr. Comet a
construir una barraca para almacén y reparación de velocípedos en terrenos del
Paseo de San Francisco próximo al Velódromo de Atocha, que había sido
inaugurado con asistencia de la Reina Regente el 27 de agosto de 1888. De M.
Comet, francés avecindado en San Sebastián, se cuenta que enseñando a montar en
bicicleta a S. M. el Rey, que a la sazón tenía nueve años, ante la audacia e
intrepidez del regio alumno en inminente riesgo de dar con su cuerpo en tierra,
exclamó olvidando todo protocolo: “Lache le pedal et prend le guidon. Le petit
magesté va se casser gueule”.
Fue también Monsieur
Comet quien introdujo la novedad de la rueda neumática, lo que hizo ganar
velocidad a aquellas bicicletas finiseculares que pesaban 18 y aún 20 kilos,
sobre las que en el Velódromo de Atocha competían los ases europeos Benker,
Poulain, Ponchaois junto a los indígenas Labadie, Carrasquedo, Elizalde,
Machefert, Verde, Echeverría, etc., todos ellos dignos de la admiración de los
miembros de la Sociedad o Club Ciclista de San Sebastián y de los del Veloz
Club, entidad deportiva que tuvo gran arraigo en la ciudad y que ya el 14 de
septiembre de 1895 había organizado la carrera San Sebastián Madrid, de 535 kilómetros , que
fueron recorridos en poco más de 24 horas por Pedrós, que llegó a la capital de
la nación a las 8 de la tarde del día 15, seguido de Lapuente, Caballero,
Gomila, Echeverría y Elgueta, bien conocidos por los habituales al Velódromo
donostiarra.
El deporte sobre los
vehículos de dos ruedas ha tenido aquí muchos adeptos, siendo San Sebastián fin
de etapa y aún de carrera en pruebas de gran envergadura como la Vuelta al País
Vasco, el Tour de France y la Vuelta a España.
Allá por los años 20 el
motorismo también tuvo entre nosotros bastantes cultivadores; recuérdese la
estampa de aquellas “Harley Davidson” y de aquellas rojas “Indian”, pesadas
máquinas sobre las que el rubio Landa en competencia con Sansinenea ganaba en
la subida a Igueldo... Y los coches, los automóviles, desde el silencioso
eléctrico del duque de Mandas, el primer vehículo de esa clase que hubo en
Donosti, hasta aquellos “Canard Evasor”, “Peugeot”, “Delate”, “Hispano-Suiza” y
los primeros “Ford-T” de alta silueta, cuyos motores llenaban de ruidos y de
sustos las calles de la ciudad en la primera y segunda década del siglo XX,
Poniendo de manifiesto, pregonándolo a toque de trompa de sus retorcidas
bocinas, que en punto a afición al automovilismo, San Sebastián nada tenía que
envidiar a Madrid y a Barcelona.
Así y con ocasión de la Feria de Muestras
celebrada en Amara en el verano de 1923, se organizó una competición
internacional de motocicletas y de automóviles que tuvo lugar en el entonces
bautizado como Circuito de Lasarte durante los días 23 al 26 de julio
denominándose Gran Semana Automovilística de San Sebastián.
Presidente de honor fue
el Rey Alfonso XIII, siéndolo del Comité Ejecutivo el alcalde de la ciudad D.
Felipe Azcona.
Tomaron parte en las
competiciones 23 motos, 24 autos, y 28 coches de carrera, pero a causa de una
defectuosa organización no pudieron pagarse los premios. Ante el desprestigio
que ello suponía para la ciudad y la amenaza de la Federación Internacional del
Automóvil de vetar a San Sebastián y a España para montar en lo sucesivo
pruebas internacionales, el Ayuntamiento abonó el importe y dándose cuenta del
interés que para una ciudad turística podía tener la organización de esa clase
de pruebas deportivas, confió a destacados aficionados la del próximo año. De
esta manera nació el Real Automóvil Club a cuyo cargo corrió la organización
del que popularmente se llamó “Circuito”. En el de ese año 1924 el donostiarra
Eduardo Landa ganó la prueba de motos haciendo los 150 kilómetros de
recorrido en 3h. 50´ 16”
y el gran premio de autos de turismo fue para Satrústegui, que en su “Bugatti”
hizo los 106,500
kilómetros en 1h. 14” , a 86,667 por hora.
El año 1926 se corrió el
25 de julio, el Gran Premio de Europa que lo ganó (50.000 pesetas) Goux sobre
“Bugatti” haciendo una media de 113,531 kilómetros .
Consolidada la
organización del Circuito, que era una de las grandes atracciones del verano
donostiarra, se celebró ininterrumpidamente hasta 1931 no corriéndose ni ese
año ni el siguiente como consecuencia del cambio de régimen político habido en
España.
Reanudado el Circuito
hubo pruebas en 1933, 1934 y 1935 siendo ésta su última edición, que, con
carácter de Gran Premio de España, fue ganada por Caracciola sobre “Mercedes”
cubriendo el trayecto en 3h. 9´ 59”
a una media de 166,045. Recibió como premio la Copa del Presidente de la
República y 20.000 pesetas; el segundo premio fue para Fagioli y el tercero
para Barauschech… Nuvolari, uno de los favoritos, hubo de abandonar en la
octava vuelta.
El Circuito de Lasarte
era dentro de los festejos del verano una fiesta, una gran fiesta
multitudinaria, que traía hasta San Sebastián a miles y miles de forasteros,
llegados especialmente de Francia y de las provincias limítrofes, los cuales,
en las tribunas y en las campas por cuyos linderos discurría la cinta de
asfalto de la carretera, se entusiasmaban con las proezas de aquellos ases del
volante y con las excelentes “prestaciones” de sus bólidos…
Estábamos ya en plena
era del motor como lo acreditaron los 20.000 automóviles estacionados en
improvisados aparcamientos campestres durante aquella jornada de 1935, última
del Circuito de Lasarte o del Circuito Internacional de San Sebastián.
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