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HOMENAJE A JOSE BERRUEZO CIEN AÑO DE VIDA DE SAN SEBASTIÁN (1879-1979) UNDECIMA PARTE



Al comenzar el verano de 1923 San Sebastián tenía algo de la benaventina “Ciudad alegre y confiada”; aún se jugaba en el Casino y en el Kursaal; Raquel Meller, desde el escenario del Miramar, perfumaba de violetas las tardes donostiarras; María Kousnezoff, Juan Nadal y Ricardo Stracciari cantaban la Traviata en el Victoria Eugenia, y en la corrida de la Beneficencia el rejoneador Antonio Cañero y los diestros Chicuelo, Nacional II y el Algabeño llenaban hasta la bandera el coso taurino del Chofre…

Los donostiarras, y los veraneantes que prolongaban durante septiembre su temporada junto a la Concha, parecía no haberse enterado que el 23 de agosto había habido en Málaga un conato de rebelión por parte de algunos soldados que se negaron a embarcar para Marruecos, donde los moros de Abd-el-Krim luchaban con el propósito de sustituir el Protectorado español por la República Libre del Riff…, a la que vitorearon en las Ramblas barcelonesas los nacionalistas catalanes, gallegos y vascos reunidos en el homenaje al “Conseller” Casanova… cuarenta y ocho horas antes que el General Primo de Rivera diese—el 13 de septiembre—el golpe de Estado, allí mismo en Barcelona, instaurando en España la Dictadura Militar. Y tampoco la “Corte de Verano” easonense, Cuerpo diplomático incluido, parecía mejor informada de lo que estaba gestándose en la Capitanía General de Cataluña, pues la noche del 12 asistía en el Palacio Miramar, con la misma despreocupada alegría que en igual circunstancias en años anteriores, a la fiesta de despedida ofrecida por los reyes al terminar la “Jornada” estival. Al día siguiente, cuando los periódicos donostiarras se preguntaban qué ocurría en la capital catalana, sólo tres personas en San Sebastián podían contestar a tal interrogación: S. M. el Rey que, sin perder la calma la noche del 13 se fue a Madrid para tratar de coger por los cuernos al toro de la Dictadura; el General Martínez Anido que, segundo de a bordo de la conspiración militar, se apresuró a reunirse con Primo de Rivera; y don Santiago Alba, ministro de Estado y de Jornada en San Sebastián—a quien el dictador se la tenía jugada--, que puso pies en polvorosa refugiándose con su familia en Biarritz.

La guarnición donostiarra secundó el movimiento militar, y aquí –de la playa al Casino, del Naútico al Kursaal—la vida siguió su curso normal.

Pero, insistía un periodista preguntando a uno de los Ayudantes del Capitán General de la VI Región que se encontraba en la capital donostiarra:

--¿Qué va a ocurrir ahora?

--Ahora—fue la contestación—depende todo de S. M. el Rey. Tiene mucho talento y sabrá hacer las cosas. Pero bueno será pedir a Dios que le ilumine en la elección del nuevo Gobierno…

La dictadura del general marqués de Estella no consintió esa opción a D. Alfonso XIII, quien al dejar de ser rey constitucional vio abrirse ante la Monarquía una etapa de crisis cuyo final –el cambio de régimen—muy pocos podían prever aquel verano de 1923, aquí en San Sebastián, un mucho la benaventina “Ciudad alegre y confiada”.

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Siete años más tarde la capital Guipuzcoana volvería a ser escenario de un acontecimiento político de relieve nacional: en la historia se le conoce hoy como el “Pacto de San Sebastián”, aunque en la referencia de lo tratado en la reunión de los “prohombres izquierdistas” no aparezca tal denominación.

La primera noticia la dio el 10 de agosto de 1930 La Voz de Guipuzcoa—diario republicano fundado en 1885—en un pequeño suelto que, con el título de Próxima reunión de prohombres izquierdistas, publicaba en tercera página. El día 13 ya en primera plana y con el antetítulo de Las izquierdas, asegura: tendrá gran importancia la próxima reunión de elementos antidinásticos en San Sebastián. Y efectivamente, el domingo 17, en el Casino de la Unión Republicana de la calle Garibay, a las tres y media de la tarde y bajo la presidencia del abogado Fernando Sasiain, dio comienzo la anunciada reunión que acabó a las siete de la tarde habiendo asistido a ella Lerroux y Azaña por Alianza Republicana; Marcelino Domingo, Albornoz y Galarza por el Partido Republicano Socialista; Niceto Alcalá Zamora y Miguel Maura por la Derecha Liberal Republicana; Carrasco Formiguera por Acció Catalana; Matías Mallol por Acció Republicana de Catalunya; Jaime Ayguadé por Estat Catalá; Casares Quiroga por la Federación Republicana Gallega; entidades –se dijo en una escueta nota—que juntamente con el Partido Federal Español, el cual en  espera de su próximo congreso no pudo enviar hoy delegación, integran la totalidad de los elementos republicanos del país. A la reunión, de la que estuvieron ausentes los partidos nacionalistas vascos, asistieron también invitados con carácter personal Felipe Sánchez Román, Eduardo Ortega y Gasset e Indalecio Prieto, no habiendo podido concurrir el Dr. Gregorio Marañón, ausente en Francia, de quien se leyó una carta de adhesión en respuesta a la invitación que se le hizo.


Examinada la actual situación política—continuaba diciendo la nota—todas las representaciones concurrentes llegaron a la exposición de sus peculiares puntos de vista a una  perfecta coincidencia, la cual quedó inequívocamente expresada en la unanimidad con que se tomaron las diversas resoluciones adoptadas.

La misma absoluta unanimidad hubo al apreciar la conveniencia de gestionar rápidamente y con ahínco la adhesión de los demás organismos políticos y obreros que en el acto previo de hoy no estuvieron representados, para la finalidad concreta de sumar su poderoso auxilio a la acción que sin desmayos pretenden emprender conjuntamente las fuerzas adversas al actual régimen político.

No decía más la nota oficiosa, y su concisión fue al día siguiente comentada por La Voz de Guipuzcoa calificándola de reflejo palidísimo de los transcendentales acuerdos adoptados, sobre los cuales guardaron los reunidos gran reserva.

El diario republicano dijo que expuestas las aspiraciones de las izquierdas catalanas, los republicanos no catalanes reconocieron el perfecto derecho de Cataluña a pedir un Estatuto regional que consagre su autonomía… Y el mismo derecho que a Cataluña se reconoce a las demás regiones que tengan conciencia de su propia personalidad y deseen consagrarla por medio de la autonomía.

Y en un editorial titulado Unión y acción: El frente antimonárquico, La Voz de Guipuzcoa terminaba preguntándose: ¿Será eficaz el convenio pactado anteayer en el Círculo republicano donostiarra?

La respuesta afirmativa la tuvimos aquí y la tuvieron todos los españoles el 12 de abril del año 1931 con el resultado electoral que cambió el régimen monárquico por el republicano. Ese día San Sebastián –escribió La Voz de Guipuzcoa—ha vuelto a sus fueros de ciudad liberal, demócrata, amante del progreso, tolerante y culta. Lo ha revelado bien claramente la jornada del domingo pletórica de orden, de civismo, de ciudadanía consciente, de seriedad y de respeto a las ideas de los demás.

En aquellas elecciones municipales la Conjunción Republicano-Socialista consiguió veinticinco puestos, siendo D. Fernando Sasiain quien obtuvo mayor número de votos–2.453--que le dieron la alcaldía donostiarra. Los monárquicos regionalistas lograron ocho concejalías y los nacionalistas vascos seis.

El gobernador civil Sr. García Novoa recibió, a las nueve de la noche del día 14, una comunicación telefónica en la que desde Madrid le decían que había sido proclamada la República, y minutos más tarde una orden telegráfica le dejaba cesante disponiendo que se hiciese cargo del mando de la Provincia el Presidente de la Audiencia… Pero para entonces una banda de música había recorrido las calles interpretando La Marsellesa y el Himno de Riego que era coreado con aquella letra de “si supieran los curas y frailes…”

Un numeroso grupo de republicanos de Pasajes portando una gran bandera tricolor llegó a San Sebastián, donde algunos nacionalistas se sumaron a las manifestaciones con gritos de “¡Gora Euzkadi Askatura!” y “¡Viva la república vasca!”


A las nueve de la noche se supo que había sido acordada la libertad de los presos políticos, cosa que fue acogida con una gran ovación por la multitud que se había congregado ante la cárcel de Ondarreta y que recibió con vítores al grupo de detenidos encabezados por el Dr. José Bago y el periodista Manolo Andrés, director propietario de La Prensa, quienes desde los balcones de la Unión Republicana en el calle Garibay hubieron de dirigirse al público exaltando el triunfo de sus ideales, cosa que también hizo la abogado Clarita Campoamor. Los ausentes del Pacto de San Sebastián, el Partido Nacionalista Vasco y Acción Nacionalista Vasca, hicieron pública una nota oficial en la que expresaban su acuerdo de “saludar con efusión el advenimiento de la República” a la vez que proclamaban “su actitud de enérgico apoyo hacia quienes en tierra vasca pugnan por el cumplimiento de cuanto se estableció en el solemne Pacto de Donostia”. Por eso la bandera bicrucífera ondeaba ya junto a la republicana y a la socialista en los balcones de la Casa Consistorial.

 Aquella mañana, en el expreso de las ocho, pasaron por la estación de San Sebastián con dirección a Francia destacados miembros de la aristocracia entre los que se encontraban los duques de Alba y de Santoña, el conde de Santa Engracia, el duque de Peñaranda, el conde de Aguilar, el marqués de Zarzo, los infantes D. Fernando y D. Alfonso, el exministro Juan de La Cierva y en el rápido de la noche lo hizo la reina D.ª Victoria Eugenia y sus hijos. El andén estaba rebosante de público en el que abundaba el elemento femenino que acogió con muestras de cariñosa simpatía a la familia real, cuyos miembros, especialmente la reina y el Príncipe de Asturias, recibieron emocionados el último homenaje de aquellos leales donostiarras y al arrancar el convoy resonó bajo la marquesina de la Estación del Norte un vibrante “¡Viva España!”…

A las nueve menos cuarto del día siguiente pasaban la frontera en sentido contrario los exiliados políticos, siendo recibidos en la estación de Irún por una gran masa de público que aireaba banderas tricolores y que literalmente estrujó a Indalecio Prieto, a Marcelino Domingo y al capitán de Aviación Hidalgo de Cisneros… Dos días más tarde llegaron a la frontera el comandante Ramón Franco y el mecánico Pablo Rada, héroes de la hazaña aérea del “Plus Ultra”, los cuales, por sus ideales republicanos, habían tenido que marcharse de España.

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Las alteraciones que el nuevo régimen político produjo en la vida social y económica española tuvieron reflejo en San Sebastián, cuya prosperidad descansaba en la condición de ciudad turística y veraniega. En 1931 las “vacas gordas”, que habían comenzado a enflaquecer en 1924 con la supresión del juego, siguieron adelgazando… Pero los responsables de la administración municipal y los directivos de las sociedades y empresas privadas redoblaron los esfuerzos para mantener a la ciudad con el rango y prestigio de los últimos años de la etapa que acababa de terminar.

A través del Centro de Atracción y Turismo (CAT), nombre que en 1928 tomó el Sindicato de Iniciativas creado en 1909 sobre la base de un Centro Permanente de Información que nació por acuerdo municipal de 26 de febrero de 1908, el Ayuntamiento animó una política turística orientada en hacer frente a la crisis que de manera grave afectaba a la hostelería, al comercio y a los espectáculos, importante sector de la economía local.


Y en consecuencia se reanudó el Circuito Automovilista de Lasarte, se prestó especial atención a la organización de la Semana Grande particularmente en su faceta taurina, se subvencionaron las carreras de caballos, se reestructuró la Semana Vasca, se estimuló la creación de la Quincena Musical, etc., orientado todo ello a potenciar los alicientes naturales que la ciudad y la playa ofrecían al forastero.

La iniciativa privada respondió al acicate municipal y así el Club de Tenis en 1932 cuidó extraordinariamente sus organizaciones deportivas –recordemos la presencia en sus pistas de los hermanos Borotra—y sus fiestas sociales --¡aquel chocolate con churros que se hizo famoso!--… El Tiro de Pichón, que inauguró en 1933 sus instalaciones de Gudamendi pensadas para la celebración del Campeonato Mundial ganado por el belga Aemptime. El Golf Club de Lasarte, con sesenta pruebas en 1932, entre ellas el Campeonato de la Costa Vasca y del que se escribió entonces que gracias a esta aristocrática sociedad dispone nuestra ciudad de un campo de juego en el cual los extranjeros pueden dedicarse a este deporte, cuya falta sería un lunar lamentable.

Representativo de la afición musical popular, el Orfeón Donostiarra va a Madrid en 1932 para tomar parte en las fiestas del primer aniversario de la República obteniendo un triunfo apoteósico al cantar ante el Jefe del Estado y el Gobierno, actuación que completó los méritos contraídos para merecer de San Sebastián la medalla de la ciudad que, el 9 de diciembre, en el escenario del Victoria Eugenia le entregó el presidente de la Comisión municipal de Fomento, el socialista Guillermo Torrijos.

En 1932, el Ayuntamiento consiguió que el Presidente de la República viniese a la, durante tantos años, Corte veraniega, y aquí estuvo don Niceto Alcalá Zamora siendo agasajado con una comida popular en “La Perla del Océano” presenciando en unión del ministro D. Indalecio Prieto, desde la terraza del Club Náutico—que ya no se llamaba Real--, las regatas de traineras del mes de septiembre.

Ese mismo mes –día 3—el ministro de Instrucción pública D. Fernando de los Ríos, había inaugurado el Museo de San Telmo, instalado en el antiguo Convento –que no Abadía—de Dominicos, rescatado para la ciudad en 1929 por el alcalde D. José Antonio Beguiristain y restaurado en parte con el medio millón de pesetas que en 1920 legó el también alcalde D. Marino Tabuyo.

En la inauguración de San Telmo—donde se instaló asimismo la Biblioteca Municipal—a la que asistieron los pintores Zuloaga y Serta—autor éste de grandes lienzos que decoran la nave mayor--, el ilustre compositor Manuel de Falla dirigió la interpretación de su obra El retablo de Maese Pedro… en la que, por cierto, se perdió la Orquesta teniendo que volver a empezar el pasaje…

Pero la que no perdió el ritmo ni el compás fue la ciudad que, año tras año, iba remontando la crisis general hasta que en el calendario de los acontecimientos nacionales apareció, teñida de rojo, le fecha del 18 de julio de 1936.

 

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En aquella marcha emprendida por San Sebastián tras el cambio político de 1931 para recuperar el rango de “ciudad veraniega” a nivel europeo, se produce inesperadamente durante la temporada de 1936 el corte dramático del 18 de julio. El Alzamiento fue una sorpresa para los donostiarras y los veraneantes y aun para las propias autoridades locales, puesto que el movimiento militar apenas si en nuestra ciudad y en Guipúzcoa contaba con comprometidos y desde luego carecía de una eficiente cabeza responsable.

El Alzamiento en San Sebastián fue por parte militar la organización más desorganizada, mientras que por la del pueblo resultó la desorganización más organizada, pues lo que en el Coronel Carrasco Amilibia fueron vacilaciones, dudas, confusiones, fue en el Comandante de E. M., Pérez Garmendia, donostiarra a quien sorprende el Alzamiento en su ciudad natal, decisión, energía y lealtad al régimen. El organizó la Columna que tras armarse en Mondragón debería marchar sobre Vitoria, pero que al quedar San Sebastián a merced de grupos formados militares, guardias civiles y de Asalto y algunos falangistas y requetés, volvió a la capital decidiendo la suerte de ésta, donde el Ejército se mantuvo encerrado en los Cuarteles de Loyola hasta que, tras soportar el bombardeo de un avión republicano, el día 27 pactó su rendición entregándose a sus jefes al día siguiente. Parte de la armas que había en los Cuarteles fue a parar a manos de algunos elementos extremistas que escapaban al control de la Junta de Defensa de Guipuzcoa, organismo que se constituyó en el Palacio de la Diputación y de la que emanaban a través de sus distintas Comisarías las disposiciones encaminadas a normalizar la vida ciudadana, cosa difícil cuando el frente de guerra estaba a escasos kilómetros de San Sebastián era literalmente un campamento militar en el que no solo había combatientes que noblemente defendían sus ideales y fuerzas armadas regulares leales al Gobierno de Madrid, sino bandas de exaltados que sembraron el terror y la muerte… y también alguno que otro delincuente común que se aprovechaba para pescar en aquel río revuelto. Así en el Frente Popular diario que se publicó del 27 de julio al 12 de septiembre en los talleres incautados a El Diario Vasco en la calle Garibay, 34, pudo leerse la siguiente nota: El sábado 25 de julio un tal Julio Romero Martínez, conocido ratero, cogido infraganti en el piso primero del n.º 1 del Paseo Ramón María de Lilí, domicilio del zaragozano D.Mariano Gómez Guallar a quien robó 6.000 pesetas en metálico y joyas, juzgado por el  Comité del Frente Popular fue inmediatamente pasado por las armas. Y no debió ser éste un caso aislado pues al día siguiente el gobernador civil, el navarro D. Jesús Artola Goicoechea –pronto sustituido por el suboficial de Carabineros ascendido a Teniente Coronel, D. Antonio Ortega—publicaba una nota anunciando que Los actos de pillaje serían implacablemente reprimidos por la milicia popular y por la fuerza pública. Y ese mismo día 27, D. Telesforo Monzón, que era presidente de la Comisión de Orden Público, dio una alocución al pueblo guipuzcoano en la que decía que ningún ciudadano puede tomarse la justicia por su mano… que queda prohibido todo registro domiciliario… y que todo el esparza noticias y bulos alarmantes será detenido.

Pero el efecto de estas notas que trataban de ser tranquilizadoras cayó por tierra  tres días más tarde cuando se supo que en la noche del 30 algunos grupos de milicianos asaltaron la Cárcel de Ondarreta matando a casi medio centenar de detenidos, y que aquella mañana había aparecido junto a las vías del ferrocarril en Amara el cadáver del coronel Carrasco con la cabeza destrozada a balazos.


Estos crímenes no pasaron sin una nota de protesta del Guipuzkoako Buru Batzar y de la Confederación de Trabajadores Vascos que se publicó en la prensa, y otra de la Junta de Defensa que no llegó a hacerse pública… La falta de autoridad enérgica, pues la Junta de Defensa carecía de ella y de medios adecuados para ejercitarla, facilitó la venganza y el crimen so pretexto de “justicia popular”.Y rara era la noche que un “paseo” no acabase junta a las tapias de cementerio de Polloe.

El 13 de agosto seis aviones procedentes de Recajo (Logroño) bombardearon la ciudad y a la madrugada siguiente se celebró en la cárcel de Ondarreta un Consejo de Guerra contra siete jefes y oficiales y un sargento acusados de haber tomado parte en el intento de apoderarse del Gobierno Militar, del Casino y del Hotel María Cristina así como de los cuarteles de Loyola. Condenados a la última pena fueron ejecutados a última hora de la tarde del día 14.

El martes 18 de agosto los acorazados franquistas “Almirante Cervera” y “España” bombardearon San Sebastián, desde donde las baterías  de la costa alcanzaron con un disparo en la banda de estribor junto a la línea de flotación, al primero de dichos navíos que hubo de retirarse. El “España” volvió a lanzar sus proyectiles de grueso calibre contra la ciudad, donde la gente se guarecía en sótanos y bodegas no faltando audaces que desde el Rompeolas asistían al bélico espectáculo.

Un obús cayó en la Maternidad de Aldaconea,  otro en Eguía frente a la Tabacalera y otros en las calles de Ronda, Aguirre Miramón, Usandizaga, Peña y Goñi, Avenida de Francia, San Martín, San Bartolomé y la Concha. El bombardeo fue particularmente intenso contra Aldapeta—donde los nacionalistas tenían su cuartel—y hacia Amara, cayendo proyectiles en la finca Arbaizenea, en la de Rozanés, en las cocheras de Goenaga y en las proximidades de la fábrica de Gas y dos gruesos proyectiles llegaron hasta Oriamente. Esta lluvia de obuses causó cuatro muertos y treinta y ocho heridos de diversa consideración.

El mismo día fue radiada una nota de la Junta de Defensa y de la Comisaría de Guerra, firmada por el nuevo gobernador civil D. Antonio Ortega, en la que se decía: Se celebrará juicio sumarísimo para adoptar serena y rápida justicia con varios presos acusados de tomar parte en la traición facciosa en cuanto al infame atentado se repita. Entre los presos en esta situación se hallan D. Honorio Maura, D. Joaquín Beunza y D. Álvaro Padilla. También figura entre los rehenes D. Álvaro Figueroa, ex-conde de Romanones.

Al día siguiente 19 de agosto, se celebró en la cárcel de Ondarreta el segundo Consejo de Guerra contra los militares “acusados de participar en la rebelión”. Eran seis oficiales de Carabineros, un capitán de la Escuela Superior de Guerra, más un paisano. Cinco fueron condenados a muerte y ejecutados aquella misma tarde; dos alféreces quedaron absueltos y el paisano—un procurador de los tribunales—a cadena perpetua.

Aún se celebraría en San Sebastián otro Consejo de Guerra el 27 de agosto, contra el general Muslera y contra el Coronel Baselga, siendo ambos condenados a muerte.

A todo esto, la guerra se acercaba a las puertas de la ciudad donde la población civil padecía las necesidades que un asedio impone, pues al apoderarse los nacionales de los manantiales de Articuza hubo de ser racionada el agua como ya lo estaban la leche, la carne, las patatas, el pan y hasta ¡los billetes de Banco!, pues su atesoramiento por los particulares obligó al Comisario de Finanzas de la Junta de Defensa a anunciar, el 10 de septiembre, la puesta en circulación de talones librados a cargo del Banco de España.

Cuando pese a una tenaz resistencia San Marcial, el Buruntza y Santa Bárbara cayeron en poder del General Mola, y cuando Irún en llamas, Oyarzun, Andoain y Hernani hubieron de ser abandonados por los milicianos republicanos, la Junta de Defensa de Guipuzcoa que presidía el diputado socialista D. Miguel de Amilibia, se reunió a media tarde del 12 de septiembre acordando la evacuación de la ciudad, lo que se hizo por mar en pequeñas embarcaciones y en pesqueros y por tierra por el camino viejo de Orio; mas como las tropas franquistas dejaron libre la carretera de Lasarte, se empleó también, así como los Ferrocarriles Vascongados.

Ante el anuncio del ataque nacional el pánico se apoderó de gran parte de la población civil, que conocía por los huidos de Navarra el trato que habían recibido en esta población los leales al gobierno republicano. Y de manera especial las mujeres forzaron el éxodo de sus familias por el miedo a caer en manos de los “moros” de los que se contaban las peores atrocidades. Por ello la evacuación se convirtió en huida y utilizando todos los medios posibles San Sebastián se fue despoblando en aquellas veinticuatro horas que precedieron a la entrada de las vanguardias franquistas.

El incendio de un depósito de gasolina en el garaje Garnier del barrio de Gros hizo temer la repetición del dramático final de Irún. Afortunadamente no fue así, pues ese riesgo y algunos conatos de pillaje fueron reprimidos por los gudaris del PNV que, desde el comienzo de la guerra, se habían mantenido a la expectativa en su cuartel de San Bartolomé.

 A mediodía del 13, un Batallón de estos voluntarios vascos al mando de Saseta bajó de su cuartel; algunos marcharon en camiones por la carretera de la costa pero los más, con la ikurriña al frente, desfilaron por Urbieta y Alderdi-Eder hasta el puerto, donde embarcaron en algunos pesqueros que les esperaban… Y a esa misma hora cuarenta requetés navarros de Artajona, mandados por el comandante Ureta, con la bandeja rojigualda flotando al aire, hacían su entrada por el puente Santa Catalina. Mas tarde el grueso de la tropa que había tomado parte en la ofensiva desfiló por la Avenida de España mientras las campanas de todas las parroquias pregonaban con sus bronces litúrgicos el triunfo de los que para algunos eran “los buenos…”

Los problemas que habían tenido los republicanos para organizar la vida de la ciudad, dejaron de serlo para las nuevas autoridades respaldadas por una bien provista intendencia que rápidamente abasteció, gracias a Navarra y Rioja agrícolamente prósperas, mercados y tiendas. Volvió la luz que había sido cortada, el agua corrió por las tuberías, las iglesias –que no habían cerrado sus puertas durante la llamada etapa “roja”--  recuperaron la pompa de sus ceremonias. El Diario Vasco reanudó su publicación al día siguiente de la entrada de las fuerzas nacionales y pronto salieron a la calle La Voz de Guipuzcoa, incautada y rebautizada La Voz de España; y el diario nacionalista El Día, que, ocupado por los falangistas, pasó a ser el vespertino Unidad. Desaparecieron El Pueblo Vasco, y los diarios de la tarde La Prensa, republicano y La Noticia, cuyo propietario Del Pozo había sido asesinado.


También ahora hubo Consejos de Guerra Sumarísimos, animados con escalofriante celo por el gobernador militar, que en cuestión de horas mandaba a los vencidos ante el pelotón de ejecución. Y paralela a esta “Justicia castrense” abundó la acción de los “incontrolados”  que todas las noches “daban el paseo” a quienes fiados en su inocencia se habían quedado en San Sebastián y a cuanto, víctimas del odio y del mal querer, eran acusados de “rojos” por algún vecino. Fue tal el número de asesinatos que el alcalde D. José Múgica y Múgica, hombre de leyes de fino espíritu liberal, protestó ante los mandos militares… siendo fulminantemente destituido y desterrado a Estella (Navarra). Por discrepar también de la drástica acepción que el gobernador militar y los mandos falangistas daban al concepto “Justicia”, dimitió el gobernador civil D. Ramón Sierra Bustamante, destacado periodista director de El Diario Vasco.

A medida que Guipuzcoa dejaba de ser frente de guerra y de manera especial cuando Vizcaya quedó totalmente bajo dominio nacional, la vida cotidiana en San Sebastián fue normalizándose hasta el punto de que la afluencia de refugiados llegados de otras provincias y especialmente de Cataluña hicieron que nuestra ciudad compartiese con Burgos la capitalidad del Estado Nacional…

Por fin, el 1 de abril de 1939 la guerra en los frentes, la guerra de las sangrientas acciones militares, la de Toledo y Oviedo, la de Guadalajara y Belchite, la de Teruel y Guernica, terminó con el triunfo de las armas nacionales dando comienzo la etapa de los cuarenta años del régimen franquista.

San Sebastián tuvo que adaptar a las circunstancias políticas nacionales su condición fundamental de ciudad hecha para el turismo, a la que el Jefe del Estado quiso devolver el carácter de Corte de Verano llegando aquí por vez primera el 10 de julio de 1939 y restableciendo el Ministerio de Jornada durante su estancia en el Palacio de Ayete—que fue adquirido para tal fin por el Ayuntamiento—en una copia de lo que había sido para la ciudad la presencia de la Familia Real.

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En este casi medio siglo de vida donostiarra, hasta la restauración de la Monarquía y la aprobación de una constitución democrática, San Sebastián ha luchado con el tesón de siempre para mantener su prestigio de playa de moda y de ciudad turística basado en el apoyo incondicional del pueblo el éxito de las organizaciones municipales. Y si el donostiarrismo aglutinador de voluntades se mantiene, alejado de las pasiones partidistas, creando un área de coincidencia para el mayor servicio de la ciudad, las generaciones venideras podrán con razón y orgullo entonar cada 20 de enero, con la música de Sarriegui, aquellos versos de Serafín Baroja que dicen:

Sebastian bakar bat                         (“Sebastián solo hay uno

      da zeruban,                                        en el cielo,

      ta Donosti bakar bat                          y Donostia sólo hay una

      munduban”                                       en el mundo”).

 ¡Y que así sea!

 

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