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LA BARRACA DE ALDAPETA----II Mi artículo anterior fue en 1891 a propósito de las obritas que por el malísimo estado en que hallaba la barranca acordó ejecutar el M. I. Municipio, o sea su comisión de obras, y la suspensión de las mismas, dictada por un señor concejal. Estuvieron paralizadas cerca de un año, continuando y terminándolas al poco tiempo, por lo que, y por la parte que me corresponde, doy gracias a los señores concejales que al efecto intervinieron. Manifesté entonces, extraoficialmente, sería conveniente la colocación de una o dos farolas de petróleo en la parte más peligrosa que por la gran pendiente (26%) fue necesario hacer gradas. Se me contestó que el Municipio, recargado, se encontraba en el caso de hacer economías. La gravedad del asunto me hizo desistir de mi deseo; pero queriendo evitar en lo posible que algún día sucediera alguna desgracia, pensé armonizar la economía del Municipio con la seguridad personal. Se publicó en los periódicos de aquel tiempo a que me he referido, que en los Estados Unidos, patria de maravillosos inventos, se descubrió uno, anunciando pomposamente que acabaría con los alumbrados públicos, consistiendo en pintar las fachadas de las casas con una preparación química que de noche iluminaría las calles con profusión. Con sentimiento, no pude proporcionarme la receta de aquella maravilla, pero quise hacer un modesto ensayo. En cada uno de los once tramos que hay en las veintidós gradas, hice una señal de cal mezclada con materias fosforescentes, que dieron bastante satisfactorio resultado; pero siendo tan frecuentes en este país las lluvias y aguaceros, a los primeros de estos desaparecieron aquellos efectos. En silencio quedaron los resultados del maravilloso descubrimiento de los Estados Unidos, que sospecho tendrían el mismo fin que el ensayo mío. A principios de verano hizo la prensa local su campaña, quejándose de lo exiguo del alumbrado público y el Municipio acordó se aumentaran las luces de los paseos y puntos oscuros que resultasen, incluso por las afueras, y dije yo: “¡Admirable! ¡Ya apareció por fin la madre del cordero! ¡Alumbrado tenemos en Aldapeta!” Pero como el tiempo pasa y no va apareciendo nada, presumo si los señores de la comisión estarán pensando y discutiendo para su determinación si será o no bastante oscuro el punto de que se trata. Si así sucede, esperemos que el Espíritu Santo los ilumine. Las alturas todas de los contornos de San Sebastián son en extremo pintorescas y la afición a giras campestres va tomando incremento; pero los caminos vecinales se encuentran algunos intransitables, pidiendo su recomposición. La civilización va extendiéndose por todas partes y cunde hasta en nuestros caseros. Recuerdo que antiguamente venían las aldeanas al mercado de la plaza de la Constitución descalzas. Al llegar a lo que llamaban las Páginas, o sea la avanzada derecha, que resultaría próximamente donde se encuentra la casa del Sr. Mercader (D. Ignacio), antes de la bajada de las cinco gradas de la puerta, había a derecha e izquierda dos pretiles en los que dejaban las cestas, calzaban los zapatos y hacían allá su petite—toilette para entrar en la población. En la calle San Jerónimo les esperaban en guerrilla las recaderas o vendedoras para apropiarse a bajo precio lo mejor que conducían en verduras y aves, y si llevaban becadas o perdices, cazadas como de casualidad por lo raras que son esas aves en este país, era tal el afán de adquirirlas, que armaban el gran tiberio, en el que tenía que intervenir la autoridad. Hoy todo ha cambiado; en los mercados encontrarán los buenos gastrónomos cuanto puedan apetecer, según el gusto de cada cual; ninguna aldeana llega descalza, usando algunas botas de tacón alto y vestidas a la moda, con mangas abultadas; algunas hacen uso de ferrocarriles y tranvías, habiéndose generalizado mucho el uso del borriquito que conduce cuanto traen al mercado y en ocasiones hasta a la misma conductora, teniendo algunas su bonito carro que le llaman gure—cochia. Terminadas las operaciones de compra y venta van las aldeanas en busca de sus jumentos. Las que vienen del rumbo de Hernani y Andoain, regresan subiendo por la barranca de Aldapeta, prefiriéndolo a la carretera, por ser aquella más breve, sombría en verano y abrigada en invierno, contribuyendo a este efecto el gran paredón de la huerta del Excmo. Sr. Marqués de Valmediano. Pasan en ocasiones en cuadrillas de ocho o diez pollinos y otras tantas conductoras. Como estas es regular que hayan hecho su amaiquetaco, van alegres y distraídas con los cuentos de vecindad, cuya distracción la aprovechan los primeros por si encuentran algún agradable bocadito y, como no son tontos, marchan por el mejor camino, que es el espolón, destruyéndolo y dejando ingratos recuerdos. No bastan las frecuentes advertencias para que las interesadas incurran en las mismas faltas, por cuanto las denuncio a quien corresponda para el necesario correctivo. Escrito este artículo, veo que ha resucitado el sistema de alumbrado a que me refiero, leyendo en La Voz de Guipuzcoa un suelto que dice que la Compañía de ferrocarril de Orleans va a implantar el alumbrado de los vagones por medio de la pintura luminosa para el paso del tren de los túneles. Me alegraré que tenga un éxito feliz.

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