“DE LA REVISTA EUSKAL—HERRIA --1878”
TRISTISIMO RECUERDO DEL CANTABRICO
¡20 DE ABRIL DE 1878!
El día 20, sábado de Gloria, amaneció
espléndido.
A las once y media de la mañana
varió
el viento al Sur y a la una menos
cuarto
sobrevino inesperadamente una
manga
de viento Noroeste impetuoso,
descendiendo
de tal modo la temperatura
que
no hubo intervalos graduales entre
el
calor y el frío.
En nuestra costa produjo aquella brusca
sacudida
una verdadera hecatombe pues
sorprendió
en alta mar gran número de
lanchas
pescadoras.
Fecha de triste recuerdo en la
costa Cantábrica.
Desde Socoa hasta Asturias y
Galicia, una gasa negra, muy negra, parece que se extiende en este nefasto día,
cuyo recuerdo imborrable, llena de desconsuelo y angustia el corazón.
A Fuenterrabía y a Elanchove, a
Guetaria y a Mundaca, a San Sebastián y a Bermeo, a Pasajes y a Ondarroa, a
Laredo y a Motrico, a Algorta y a Colindres, a los puertos de nuestro litoral,
en tal arremetió como furia espantosa el iracundo Cantábrico, y no sació sus
ímpetus hasta que sepultó en sus profundidades las vidas de más de trescientos
marineros.
Más de trescientos pescadores
hallaron la muerte allí, allí mismo, a donde fueron a buscar vida para ellos y
para sus hogares.
Era sábado Santo: todos los
pescadores salieron al mar en busca de la última vigilia. El Cantábrico estaba
tranquilo y sereno. Nada hacía sospechar lo que dentro de algunas horas había
de ocurrir.
No se conocían aún los vapores
de pesca; por eso las mujeres y los niños se acercaron al muelle a la hora de
llegada para ver atracar a las frágiles embarcaciones con el resultado de la
penosa faena.
Hecatombe semejante no se registró
hasta entonces en los fastos de ese mar en donde
“Mueren
las blandas auras
cuando
se extiende rebramando el trueno”
La mañana ofrece una temperatura
algo impropia de la estación presente. Desde el amanecer se deja sentir un
cefirillo bastante movido, pero el Cantábrico ostenta aspecto bonachón y el
horizonte tampoco se interpone por mancha alguna: es una línea franca trazada
con entera precisión.
La mañana avanza.
El tiempo continúa bueno, aunque
el céfiro ha cambiado trocándose en viento, ese viento que en la mayor parte de
las veces pasa sin que produzca ni recelo siquiera.
Las diez y media en Santa María.
La Concha en ese momento experimenta un cambio repentino el agua se agita con
alguna violencia y esto extraña a los curiosos.
El accidente pasa. Ha sido una
especie de sacudida que a nadie le da por averiguar la causa.
La mañana transcurre con
tendencias a cambio. Aquel horizonte lúcido hace poco parece que se va empañando y el Cabo
Machichaco apenas se distingue, va envolviéndose en nube de plomo.
Esto llama la atención del
puerto.
Efectivamente.
Son vagos augurios, pero señales
al fin.
--Pasará.
--No es nada.
--Es cosa momentánea.
--Las nubes se precipitan.
--Descargará en tierra.
Todas estas frases y otras
parecidas salen de los labios de los concurrentes del muelle pero exclaman en
ese tono consolador, como haciendo creer que con decir lo contrario, no ha de
resultar lo que a pronóstico denuncia.
Pero, desgraciadamente, se
presiente algo extraordinario.
Horrorosa galerna se apodera ya
de todo el litoral.
La entonación esmeralda clara
que antes presentaba el Cantábrico se ha trocado por rabioso verde mineral
mezclado con azul Prusia.
El mar se desespera.
Las olas se deshacen con
estrépito en las peñas de Santa Clara.
Imposible acudir allí: ¡donde
hallarlos!
La iracunda tempestad azota en
tales términos que es imposible aguantar en tierra sin apiñarse en grupos.
Nadie recuerda fenómeno
semejante.
Las arboladuras de los barcos
surtos en la dársena crujen y se encorvan por el empuje de la galerna y silva
el ventarrón entre los aparejos. Los árboles de Urgull se desprenden de raíz.
Las mujeres llenas de ansiedad
miran desde el pretil invocando a la Virgen, implorando al cielo
……………….................................................................................................
……………………………………………………………………………………¡..!....
--¡Trainera a la vista!—grita
todo el mundo.
¡No! ¡es ilusión! Es una chalupa
de pescadores que con arranque titánico lucha con el gigante embravecido.
Las olas la barren sin
compasión, cubriéndola, se hunde, vuelve a aparecer a flote, reman con
esfuerzos sobrehumanos… a corta distancia otra chalupa, ambas entre la vida y
la muerte, batidas por el huracán, por el chubasco; sin más amparo que sus
rendidas fuerzas para contrarrestar, bogan y otra vez, un empuje más
¡muchachos! ¡el todo por el todo! ¡animo! Y …………………………………………………………………………………...
…………………….. al fin conquistan la
Concha a fuerza de peligrosísimas maniobras.
Enfilan trabajosamente la
entrada y ya los gritos, mas bien los gemidos, las voces desfallecidas de los
pescadores infelices se perciben desde los muelles.--¡Por aquí!-¡Hacia el
centro -- ¡Eh! Cuidado la avalancha--¡Ojo al oleaje--¡Ahí va amarra! –son voces
que se destacan entre el clamor de la multitud.
Las dos traineras se han
salvado.
Cuando las lancha consiguieron
ponerse junto a las escaleras, al habla uno de sus tripulantes, dominado
completamente por el dolor, arrasado en lágrimas, levantando las manos en
actitud de abrazar a los de tierra, exclama suspirando.
--¡Lo nuestro no es nada! Los
demás todos, todos se han perdido……………….
……………………..!!
El drama se ha consumado!
¡Más de trescientos pescadores
acaban de sucumbir!!
*
* *
En todo el mundo repercutió el
eco de aquella hecatombe.
España entera contribuyó a
mitigar en lo posible desgracia tan inmensa.
Francia, la nación grande, dio
con tan triste motivo, elocuente prueba de su espléndida generosidad.
Todas las publicaciones de
Europa y América dieron cuenta del horroroso naufragio.
¡Sábado Santo de 1878!
F. López Alén.
RECUERDO VIZCAINO
EL HEROE DE IZARO
Artículo que fue publicado el día de Sábado Santo de
1878 en el periódico defensor de los fueros “LA PAZ”
Con este renombre es conocido y
saludado desde la tarde del Sábado Santo en los puertos del litoral, y
muy especialmente en Bermeo y en Mundaca, el intrépido marinero del cabildo de
pescadores de Mundaca, José Ramón de Lazárraga.
Acabamos de escribir su nombre y
no podemos ocultar la satisfacción, más aún, el noble orgullo que sentimos al
estampar ese nombre de un verdadero héroe.
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