ACTA DEL 27 DE OCTUBRE DE 1813—SEGUNDA PARTE
Declaración de Testigo nº 2: Que
cosa de las dos y media a las tres horas poco más o
D. Pedro Ignacio menos de la tarde del asalto
entraron como leones a su habitación en
Olañeta, Tesorero pelotones multitud de tropas
aliadas y el que hacía cabeza o Coman-
De esta Ciudad. dante de ellos le agarró de la pechera
de la camisola, le dio un sablazo
de
plano en el hombro izquierdo y le pidió en idioma portugués todo el dinero que
tenía so pena de matarle, poniéndole el sable sobre la tetilla izquierda; el
deponente con sumisión echó mano a la faltriquera para sacar una bolsa verde de
seda en que tenía buenos reales con el fin de contentarlos con un par de onzas
de oro a los primeros diez soldados que le sorprendieron y de continuar dando a
los que eran espectadores en la puerta principal de la sala y el tránsito hasta
la escalera, pero al momento que le vio la bolsa en la mano retiró el sable de
su tetilla y con extremada violencia se apoderó de ella y repitió el darle otro
sablazo en el costado izquierdo pidiéndole más dinero pues que según el adorno
de la casa puesta indicaba que era rico; empezó el declarante a darles
satisfacción en idioma inglés a todos cuantos se hallaban presentes, que no
tenía más dinero y que repartiesen entre todos; al oír esta respuesta tratándole
de pícaro volvió a darle el mismo otros cinco sablazos en la espalda y nalgas y
al mismo tiempo le encajó otro soldado un culatazo en el costado derecho que le
echó a tierra, en cuya vista un Granadero Irlandés que dijo ser católico y
traía un rosario pendiente del cuello quiso ampararle y levantarle del suelo
dándole la mano, y con otro culatazo que le dio otro le tumbó de nuevo al suelo;
en este estado y aún antes, la pobre mujer del deponente postrada de rodillas
les pedía con lágrimas y gemidos que no le maltratasen pues que habían recibido
el dinero que tenían ambos cónyuges; uno de ellos le dio un bofetón tan cruel
en la mejilla que aún se la conoce. El Granadero Irlandés se indignó contra sus
primeros camaradas, armó la bayoneta y se los llevó por delante. Entró el
segundo trozo que expectó de la puerta de la sala el mal rato que le dio el
primero, pero a pesar de ello le hicieron la demanda de más dinero a quienes
les dijo, que vieron ellos mismos como le quitaron los primeros y que no tenía
más que darles; un bárbaro le tiró un bayonetazo sobre el hombro izquierdo y
ladeándose un poco en el mismo acto del golpe corrió la bayoneta del hombro
arriba sin causarle herida, pero otro le dio un culatazo también en el costado
derecho, se le echó encima con crueldad, le registró las faltriqueras y no
hallando dinero le quitó las hebillas de plata de los zapatos, charreteras,
casaca negra con su chupa de paño fino, pañuelo blanco fino del cuello que los
tenía puestos para salir en cuerpo de la Ciudad a recibir y obsequiar al Excmo.
Sr. General aliado y a su Estado Mayor; empezaron marido y mujer a gemir y
suspirar amargamente pidiendo les dejasen con vida, pero en medio estas
crueldades le disparó uno de ellos y tuvo la fortuna de no haberle prendido: en
esta disposición llegó otro tropel de gente y armaron entre si una gresca y al
favor de uno que hablaba muy poco castellano y que le pidió aguardiente pudo
escaparse al tejado de la inmediata casa donde permaneció desde las cuatro y
media de la misma tarde hasta las diez de la mañana siguiente en que bajó a la
calle por haber oído la conversación a varias mujeres que pasaban por las calles, que el General
Inglés dio la orden que saliese fuera de la Ciudad los que quisiesen: Que en
medio de su consternación afligieron sobremanera su corazón en aquella triste
noche los gemidos lastimosos de las pobres mujeres de todas las edades que
gritaban de sus hogares; ¡fulana, ven por Dios y ampárame que me están
forzando! Otras gritaban ¡no contentándose con las atrocidades que han cometido
de día están forzando hasta a las tiernas criaturas y matando a los padres que
no consienten!; de facto sintió aquella noche en diferentes calles más de
ochenta tiros de fusil. Que vio el testigo la misma tarde en su propia casa y
en una de las dos primeras habitaciones, que por no descubrir las personas no
señala en cual de ellas, a dos Tenientes ingleses tirarse con sus sables
desenvainados y como perros rabiosos sobre dos señoritas muy conocidas de la
Ciudad a quienes gozaron violentamente. Que chocaba mucho más esta conducta
atroz de los aliados al ver como vio el testigo coger a los veinte y cinco
pasos del atrio de Santa María a los franceses con las armas en la mano y dándoles
cuartel con los brazos abiertos, les suministraban los soldados aliados ron de
las cornetas que llevaban consigo y les hacían mil caricias y que los vecinos
de San Sebastián tan adictos a la causa de la Nación que habían estado
suspirando por la llegada de los aliados y que durante el asalto no se oían en
todas las casas sino el rezo de letanías y otras oraciones por el feliz éxito
del asalto, recibiesen la muerte, el saqueo, tantos ultrajes y violencias de
parte de los que creían ellos ser sus libertadores y amigos.
Que por fin salió de la Ciudad entre diez y
once de la mañana de la mañana siguiente con otras varias familias, desarropado
y sin poder menearse por golpes que recibió.
Declaración de D. José Que el treinta y uno de Agosto a
las once de la mañana rompió el
Manuel Berazarte del fuego para el asalto y a las
dos de la tarde se hallaban ya los alia-
Comercio de esta Plaza dos en la calle del testigo que
es la del Puyuelo manteniéndose el
testigo en su casa con
todas las puertas cerradas: que entraron gritando Hurra Hurra y luego pidieron
a los habitantes vino y agua y todos los vecinos salieron a darles cuanto
pidieron y después de haber refrescado se reunieron todos en la Plaza al son de
una trompeta y al instante se esparcieron todos a tocar las puertas y tirar
tiros a las ventanas: que también tiraron a la del testigo y le gritaron bajase
para abrir la puerta; que bajó al instante con una mujer y a luego que le
sintieron y antes de abrir la puerta le dispararon varios balazos desde el agujero
de la llave y los resquicios, de modo que la mujer que le acompañaba fue herida
en un pie y atemorizados ambos no se resolvieron a abrir la puerta, pero al
poco rato se atrevió el deponente a abrir la del almacén y apenas le vieron los
aliados cuando agarrándole entre varios le despojaron de cuanto llevaba, le
soltaron los calzones, le quitaron los zapatos, arrancándole hasta unas
reliquias que traía colgadas al pecho debajo de la camisa, dejándole casi en
cueros lo mismo que a su mujer; que enseguida le hicieron subir a sus
habitaciones y le rompieron escritorios, armarios, arcas y cuantos muebles había,
llevándose cuanto en ellos encontraron y habiendo consumido la tarde en este
saqueo, quedaron muchos de ellos en su casa a la noche y le mandaron poner cena
y en efecto les dio dos perniles dos grandes panes, un queso de Holanda, todo
el vino que tenía en casa y por postra cuatro botellas de ron de a seis
chiquitos cada una; que cuando despacharon esta cena le pidieron más y como no
tenía que darles le quisieron matar poniéndole el fusil en el pecho con el
gatillo levantado varias veces, hiriéndole gravemente la cabeza, de modo que
aun conserva las manchas de la sangre que vertió de ella en el pañuelo que tenía
puesto al cuello. Que luego se echaron sobre toda su familia y sobre otras dos
que se refugiaron a casa del deponente y hallándose todas apiñadas en un punto,
disparó un soldado sobre todos sin que hubiese herido a ninguno como por
milagro. Que tal fue el terror que causó esto a un vecino suyo que se hallaba
en casa del testigo con toda su familia, que abandonándola huyó hacia el común
y levantando la caja se metió en él. Que a luego intimaron que habían de gozar
a todas las mujeres amenazándolas de muerte si no consentían.
Que llegó la atrocidad y feroz conducta de
estos hombres al increíble punto de tomar entre dos a un hijo suyo de edad de
tres años y quererlo partir en dos piezas y lo hubieran ejecutado a no haber
intercedido otro soldado más racional que compadecido representó a sus bárbaros
camaradas cuan blanco y hermoso era el niño y los desarmó y le dejaron vivo, el
cual ha quedado tan atemorizado desde entonces que aún en el día viendo a un
soldado inglés o portugués huye despavorido y se esconde en cualquier rincón.
Que toda aquella noche fue la más horrorosa que puede pintarse, así en casa del
testigo como en todas las vecindades en donde no de oían más que ayes, gritos,
lamentos y tiros. Que a la madrugada les dijeron sus feroces huéspedes tenían
orden de atacar el castillo a las seis de la mañana y oyó trataban entre ellos
de matar a todos los de la familia, diciendo que hallaban con orden del General
Castaños para pasar a todos a cuchillo y que antes de subir al castillo habían
de poner en ejecución esta orden. Que temeroso de la muerte huyó a casa de un
vecino a donde llegó también su mujer y allí halló otras varias familias
refugiadas al abrigo de un oficial y entre ellas muchos heridos y maltratados y
se mantuvieron en aquella casa hasta que se supo por el Sr. Alcalde Bengoechea
que había libertad de salir fuera de la Plaza como lo ejecutaron todos
desarropados en medio de un montón de familias que presentaban el espectáculo
más triste y horroroso.
Declaración de D. Manuel Testigo nº 7 Que pudo entrar huyendo en la casa nº 297 de
la calle
Ángel de Illarramendi Embeltran que habitaba José Larrañaga de
oficio chocolatero
hombre bien acomodado y dos soldados que siguieron al testigo
tropezaron con Larrañaga y después que le sacaron seis onzas de oro y
el reloj, le mataron porque no daba más; que el declarante subió al tejado y se
mantuvo en él hasta las ocho de la noche a cuya hora tiró una teja a una cocina
contigua y habiendo salido a la ventana D.ª Casilda de Elizalde mujer de
sesenta y seis años, compadecida pudo facilitarle una escalera y subió a su
habitación donde en compañía de esta y otra criada suya de más de sesenta años
le refirieron habían sido saqueadas completamente y a eso de las diez viniera a
refugiarse a la misma casa varias mozas huyendo de las suyas; que a la una de
la madrugada llegaron tres portugueses diciendo que no tenían otro objeto que
el gozar a las muchachas, las cuales habiendo oído esto se metieron en un rincón
de la alcoba muy disimulado y habiéndoles dicho que no había más que las dos
viejas y el declarante, les quisieron matar, sacando a este fin las bayonetas a
cuyo tiempo llegó otro que les disuadió diciendo que aquella tarde habían
robado cuanto había en aquella casa y con tanto se fueron; que a las tres sintió
el testigo unos espantosos gritos y chillidos de mujeres en la esquina de la
calle San Jerónimo y habiéndose asomado a la ventana cuando amaneció vio a una
moza amarrada a una barrica de dicha esquina que estaba en cueros y toda ella
ensangrentada con una bayoneta que tenía atravesada y que varios ingleses
estaban a su alrededor espectáculo que le llenó de horror y espanto; que a las
seis volvió a salir a la ventana y no existía ya el cadáver de dicha muchacha.
Declaración de D. Pedro Testigo nº 12 Que a
cosa de las dos de la tarde del treinta y uno
José de Beldarrain, de agosto vio
entrar a los aliados por su calle, quienes al momen-
Regidor del Ayuntamiento. to dejando de perseguir a los
franceses y hallándose estos aún en
el pueblo empezaron
a disparar a todos los balcones, ventanas y puertas y habiendo subido a las
casas después de comer y beber cuanto encontraban en términos que al deponente
le bebieron más de cuatrocientas botellas de vino y licores, empezaron a
saquear y pedir dinero a las personas maltratándolas e hiriéndolas a culatazos
y bayonetazos como sucedió al deponente que, habiendo salido a la calle huyendo
del mal trato que le daban después de haber repartido más setenta escuditos de
oro, lo agarraron unos soldados ingleses y portugueses, le arrancaron el
pañuelo del cuello, chaleco, tirantes y le soltaron los calzones, registrándole
cuanto cubren estos y últimamente le derribaron al suelo a culatazos dejándole
casi sin sentido, de modo que estuvo tendido en el suelo un cuarto de hora
pisado por varios soldados que pasaban por la calle y le dejaban por muerto y
volvió a su casa donde había muchas mujeres refugiadas y después que saquearon
cuanto había se echaron sobre ellas, violando a las más entre ellas a una
anciana de sesenta y seis años, que el deponente dio ocho duros a ocho soldados
para librar de esta violencia a una muchacha de once años hija de un vecino
suyo y aunque logró en aquel momento librarla, habiendo vuelto otra vez algunos
de los primeros la violaron por fin. Que era rara la mujer que se libraba de
este insulto a no ser las que se escondieron en los comunes y subían a los
tejados; que una muchacha con su madre, ambas vecinas del testigo, después de
haber estado metidas algunas horas en el común de la casa de la viuda de
Echeverría, se presentaron en casa del deponente llenas de inmundicia hasta el
pescuezo y aun en este estado dos oficiales ingleses violaron a la muchacha;
que la mujer e hija del testigo se libraron subiendo al tejado desde donde
huyeron del fuego pasaron de tejado en tejado al cuartel de enfrente de la cárcel
vieja que estaba desocupado y cerrado de modo que cuando la mañana siguiente
salió el testigo ignoraba el paradero de ellas.
Declaración de D. Juan Testigo nº 19 Que el treinta y uno de agosto a cosa de las
dos de la
Bautista de Azpilicueta. tarde se posesionaron los aliados
del Cementerio de Santa María,
donde vivía el testigo cuyo
puesto abandonaron los franceses después de una resistencia de un cuarto de
hora retirándose en tal desorden al castillo que, en concepto del declarante si
los aliados los persiguen enseguida se hubieran apoderado de él pero se
contentaron con quedarse en este puesto y observó desde el resquicio de su
ventana que a una infeliz mujer que salió a la suya y vitoreó a los ingleses
inmediatamente le dispararon dos fusilazos desde el cementerio y no sabe si
murió porque al instante cerró el resquicio el deponente. Que para dar una idea
de la conducta de los aliados referirá lo que le consta y sabe de positivo
ocurrió en cierta casa donde vivía un sacerdote con tres señoras y una criada,
todas de mayor edad, pues la que menos no baja de cuarenta años; que después de
haber derribado las puertas de dicha casa entraron los aliados en ella al
mediodía del treinta y uno de agosto, la saquearon toda hasta que al pobre cura
le pusieron en cueros y desde el mismo cuerpo le arrancaron tres o cuatro
cartuchos de orillos y doblones de a cuatro y lo dejaron en esta forma cuando a
cosa de las cuatro de la tarde se presentó en dicha casa un oficial de los
aliados y compadecido de toda esta gente les ofreció su protección tomando por
aparte el hombre de la casa quedando corriente en venir a dormir a ella; que en
todo este intermedio hasta la noche fue esta casa depósito de lo que robaban en
otras y donde se hacían las reparticiones. Que a cosa de las seis de la noche
se refugiaron a esta casa siete mujeres por el fuego que tenían en las suyas
habiendo sido también despojadas de todo cuanto tenían; que estaban todas
juntas en la cocina muy contentas de haber salvado la vida pero siempre temiendo
a ocho soldados, que sobre los colchones estaban en la sala; que a eso de las
ocho de la noche llegó el oficial ya citado y preguntando por el padre cura, a
quien saludó,, dijo que venía a cumplir su palabra y que no tuviese cuidado con
lo que todas las mujeres quedaron muy contentas, que de allí a un rato pidió
que le pusiesen una gran cama y dijo que necesitaba pasa si una concubina
señalando una de las mujeres que estaban allí; que le contestaron no había sábanas y habiendo estado pensativo un rato se marchó
sin decir nada, dejando a todas las mujeres y al cura en medio de los ocho
soldados quienes a eso de las diez de la noche apagaron cuatro luces que había
encendidas pusieron una centinela en la puerta de la calle y dieron principio
de la violación de todas como lo ejecutaron incluso a una muchacha de once años
y una mujer de sesenta y dos y se deja inferir lo que sufriría el espíritu del
infeliz sacerdote a vista de estas violencias; que por fin a cosa de la una dos
oficiales que pasaban por la calle, compadecidos de los lloros y gritería de
estas gentes subieron a la casa y sacaron a todas a una con el sacerdote de las
manos de aquellos leones y las trasladaron a la casa de la ciudad. Que el
testigo tenía la puerta de su casa bien atrancada y se mantuvo así toda la
tarde y noche del treinta y uno sin quererla abrir aunque dispararon a la
puerta veinte y ocho fusilazos; que toda la tarde y noche estuvo sintiendo en
todas las vecindades gritos de mujeres y niñas que clamaban pidiendo socorro y
que los aliados disparaban muchos tiros de fusil dentro de las casas lo que le
tenía bastante acobardado y el no ver en la calle ni un habitante de la ciudad.
Declaración de D. Testigo nº 27: Que salió el
29 de Julio de la Plaza con toda su familia
Miguel Brunet hallándose bloqueada por los
Voluntarios de Guipuzcoa: que la mañana
del 1º
de Septiembre cuando oyó que la gente salía de la ciudad se acercó a ella por
ver si encontraba a su madre, tías y tío y vio un montón de habitantes que
presentaban el espectáculo más lastimoso, pues había personas bien acomodadas
que salían descalzas y medio desnudas y especialmente mujeres golpeadas y
maltratadas. Que el dos a las diez y media de la mañana salieron su madre y tías
enteramente desfiguradas y desarropadas y le dieron noticia de haberle robado
cuanto tenían y de que su tío D. José Magra había sido muerto por los aliados,
tirándole entre cuatro por una ventana a la calle: que aquel día se retiró con
su madre y tías a Lasarte.
Declaración de D. Testigo nº 29: Que en casa
del mismo testigo nº 441, calle Esterlines,
José María Eceiza sucedió
el caso más atroz de que podrá haber pocos ejemplares en la
historia
pues que según le aseguraron cuatro testigos presenciales cuya veracidad
conoce, una muchacha de diez y ocho años de muy buen parecer que se hallaba
refugiada en ella fue violada en la cocina de la segunda habitación por un
soldado inglés y luego fue muerta por el mismo de un balazo: que moribunda y
bañada en sangre la pusieron sobre un colchón y estando en este estado la quiso
gozar otro soldado, a cuyo tiempo llegaron otros que le arrancaron de los
brazos de la moribunda: que el deponente cuando entró en su casa el día tres
halló el cadáver de esta muchacha en el almacén en camisa y cubierta de sangre.
Declaración de D. Juan Testigo nº 30: Que a la noche hallándose el deponente
cerrado en el
Antonio Zabala. desván con varias mujeres, sintió que entraron
varios ingleses en la habitación en que se hallaba D. José Magra a quien sin
embargo de que poseía la lengua inglesa y les habló en este idioma golpearon y
maltrataron por quitarle dinero y luego le hicieron subir a la habitación de
arriba para que les sirviese de interprete a fin de sacar dinero al que ocupaba
dicha habitación al cual y a su mujer embarazada maltrataron también y habiéndose
escapado marido y mujer emprendieron otra vez con el desgraciado anciano D.
José a quien por último agarrándole entre dos lo arrojaron por la ventana a la
calle donde la mañana siguiente vio el deponente su cadáver y lo metió con otro
vecino dentro de una tienda abierta y saqueada ya por los ingleses.
Declaración de D. Testigo nº 35: Que
a la casa donde estaba refugiado el deponente con su
Tomás de Brevilla familia vinieron varios
estropeados y maltratados, entre ellos Javier de
Amenabar, chocolatero, de bastante
caudal y crédito quien llegó medio desnudo y refirió a todos que después de
haberle saqueado cuanto tenía le pusieron en cueros porque descubriese más
dinero, le dieron fuego por las palmas de la mano de las plantas de los pies y
de las sienes como lo notó y conoció y vio el mismo testigo que le reconoció
todas las partes citadas de modo que estaba desfigurado y causaba compasión su
vista: que le refirió que después de este martirio le dieron baquetazos con las
de sus fusiles y viendo que iba a perder la vida pudo separase diciendo que iba
por dinero y en cueros con un niño de cuatro años en los brazos al que halló en
la escalera, subió al tejado y de tejado en tejado vino a parar al de D.
Francisco de Echanique en la calle mayor a quien halló con otro arrimado a la
chimenea, donde se mantuvo hasta la mañana siguiente en que habiéndole dado una
mujer una saya para cubrirse vino a parar a la casa donde se hallaba el
testigo.
Declaración
de D. Testigo nº 39: Que el testigo volvió
solo a su casa y en el camino le
Vicente Ibarguren acometieron unos portugueses
amenazándole de quitar la vida con
Bayonetas y puñales si no les daba dinero y no pudiéndoles dar porque no
tenía le registraron todas las partes secretas de su cuerpo, pensando que
contenía dinero; por fin salvó la vida por el reloj que les dio: que otra
partida de aliados le acometió también queriéndole quitar la vida con las
bayonetas puestas al pecho y con un hacha que amenazaba descargar sobre el un
portugués y hallándose en aquel apuro puesto de rodillas pidiéndoles le dejasen
la vida, puesto que no tenía un cuarto, viendo que no surtían efecto sus ruegos
gritó en toda la calle le prestara alguno siquiera alguna peseta y una buena
vieja compadecida de sus lamentos alargó tres pesetas que tenía añudadas en el
pañuelo con el que le dejaron.
Declaración de D. Testigo nº 41: Que después
que tomó fuego la casa de Soto, pasó a la suya
Vicente Lecuona propia que estaba inmediata
donde habiendo entrado unos soldados le sacaron a la mitad de la calle para
fusilarle y se libró por un oficial portugués: que unos soldados portugueses le
tiraron por todas las escaleras abajo y se le desconcertó el tobillo del pie
izquierdo a cuyas resultas ha estado veinte y dos días retirado: que a la
mañana vio el mal trato que dieron a D. Manuel Brunet y su mujer en la calle
hiriéndole a D. Manuel de un golpe que le dieron en la cabeza con la llave del
fusil robándole lo que tenía aún el sobrepuesto a la señora: que hubo tal
desorden en cuanto a mujeres especialmente la noche anterior que dos muchachas
de parajes bastantes lejanos vinieron de tejado en tejado hasta la casa del
dicho Brunet y salió por fin el 1º de septiembre a una con D. Manuel Brunet y
su familia escoltado de dos oficiales y un sargento y se dirigió a la Villa de
Usurbil.
Declaración de D. Testigo nº 46: Que
sintieron voces de la Impresora su vecina, por la
Manuel Bicandi parte del patio y habiéndose
asomado marido y mujer e hijas a una
Practicante de cirugía ventana un inglés desde la de
enfrente apuntó el fusil a cuya acción
De los Ejércitos se agachó el
deponente pero su mujer que se detuvo a decir que era
Nacionales. Española fue
alcanzada del tiro que disparó dicho inglés atravesán-
dola con una bala la tetilla derecha: que ya difunta al golpe mismo la
tendió sobre una cama y hallándose en esta triste situación que la aumentaban
las lágrimas y sollozos de sus hijas y sobrina vino un portugués del regimiento
e informado de la causa de su tristeza, lejos de causarle compasión le dijo que
igual suerte que su mujer había de tener el deponente y en efecto cebó el fusil
para dispararle a cuyo tiempo una de sus hijas llamó a un portugués de los
heridos prisioneros favorecidos y cuidados por el testigo y su mujer y aquél
agarró el fusil y descargó disparándolo a la calle, que luego entró un inglés
borracho que sin hablarle palabra disparó un tajo a la cabeza con un sable
largo que tenía en la mano y pudo huir del golpe ladeándose; que luego entraron
otros y un soldado inglés arrebató en brazos a una hija suya de catorce años y
la tumbó en la cama sobre el cadáver de su misma madre y se tiró sobre ella
para gozarla, de cuya violencia le libertó aquel mismo portugués o prisionero.
Declaración de D. Testigo nº 60: Que los
habitantes de San Sebastián cuando las tropas alia-
Vicente Conde das entraron en ella, así de
día como de noche y posteriormente fueron
casi generalmente víctimas y mártires de sus horrores y crueldades que
cometían: que el declarante fue cruelmente arrastrado y le tiraron diferentes
balazos: que vio a una mujer que vivía en casa de la viuda de Arroyave de
setenta años de edad, poco más o menos abierta en canal y a este modo otras
varias crueldades y escenas horrorosas.
Declaración de Doña Testigo nº 75: Que la deponente
recibió un balazo por raspón en el
Juana Francisca de brazo derecho de cuyo dolor se
hallaba muy resentida y en apren-
Arsuaga sión de la
que podría sobrevenir porque le corrió bastante sangre
y que como cuando la
despojaron del dinero que tenía y anillo de oro la dejaron los soldados desnuda
casi enteramente y de nuevo se vio en una efusión de sangre por la oreja
izquierda confundida enteramente se retiró un poco a un rincón ínterin que
dichos soldados se entretenían en igual robo y despojo de las demás compañeras
y finalmente viendo que la cosa iba en incremento has empezar a quererlas
forzar entonces la testigo tomó el último partido al subirse al tejado de la
casa.
HASTA AQUÍ LA DECLARACION DE TESTIGOS
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