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ACTA DEL 27 DE OCTUBRE DE 1813—SEGUNDA PARTE

Declaración de            Testigo nº 2:   Que cosa de las dos y media a las tres horas poco más o

D. Pedro Ignacio         menos de la tarde del asalto entraron como leones a su habitación en

Olañeta, Tesorero       pelotones multitud de tropas aliadas y el que hacía cabeza o Coman-

De esta Ciudad.           dante de ellos le agarró de la pechera de la camisola, le dio un sablazo

                                de plano en el hombro izquierdo y le pidió en idioma portugués todo el dinero que tenía so pena de matarle, poniéndole el sable sobre la tetilla izquierda; el deponente con sumisión echó mano a la faltriquera para sacar una bolsa verde de seda en que tenía buenos reales con el fin de contentarlos con un par de onzas de oro a los primeros diez soldados que le sorprendieron y de continuar dando a los que eran espectadores en la puerta principal de la sala y el tránsito hasta la escalera, pero al momento que le vio la bolsa en la mano retiró el sable de su tetilla y con extremada violencia se apoderó de ella y repitió el darle otro sablazo en el costado izquierdo pidiéndole más dinero pues que según el adorno de la casa puesta indicaba que era rico; empezó el declarante a darles satisfacción en idioma inglés a todos cuantos se hallaban presentes, que no tenía más dinero y que repartiesen entre todos; al oír esta respuesta tratándole de pícaro volvió a darle el mismo otros cinco sablazos en la espalda y nalgas y al mismo tiempo le encajó otro soldado un culatazo en el costado derecho que le echó a tierra, en cuya vista un Granadero Irlandés que dijo ser católico y traía un rosario pendiente del cuello quiso ampararle y levantarle del suelo dándole la mano, y con otro culatazo que le dio otro le tumbó de nuevo al suelo; en este estado y aún antes, la pobre mujer del deponente postrada de rodillas les pedía con lágrimas y gemidos que no le maltratasen pues que habían recibido el dinero que tenían ambos cónyuges; uno de ellos le dio un bofetón tan cruel en la mejilla que aún se la conoce. El Granadero Irlandés se indignó contra sus primeros camaradas, armó la bayoneta y se los llevó por delante. Entró el segundo trozo que expectó de la puerta de la sala el mal rato que le dio el primero, pero a pesar de ello le hicieron la demanda de más dinero a quienes les dijo, que vieron ellos mismos como le quitaron los primeros y que no tenía más que darles; un bárbaro le tiró un bayonetazo sobre el hombro izquierdo y ladeándose un poco en el mismo acto del golpe corrió la bayoneta del hombro arriba sin causarle herida, pero otro le dio un culatazo también en el costado derecho, se le echó encima con crueldad, le registró las faltriqueras y no hallando dinero le quitó las hebillas de plata de los zapatos, charreteras, casaca negra con su chupa de paño fino, pañuelo blanco fino del cuello que los tenía puestos para salir en cuerpo de la Ciudad a recibir y obsequiar al Excmo. Sr. General aliado y a su Estado Mayor; empezaron marido y mujer a gemir y suspirar amargamente pidiendo les dejasen con vida, pero en medio estas crueldades le disparó uno de ellos y tuvo la fortuna de no haberle prendido: en esta disposición llegó otro tropel de gente y armaron entre si una gresca y al favor de uno que hablaba muy poco castellano y que le pidió aguardiente pudo escaparse al tejado de la inmediata casa donde permaneció desde las cuatro y media de la misma tarde hasta las diez de la mañana siguiente en que bajó a la calle por haber oído la conversación a varias mujeres  que pasaban por las calles, que el General Inglés dio la orden que saliese fuera de la Ciudad los que quisiesen: Que en medio de su consternación afligieron sobremanera su corazón en aquella triste noche los gemidos lastimosos de las pobres mujeres de todas las edades que gritaban de sus hogares; ¡fulana, ven por Dios y ampárame que me están forzando! Otras gritaban ¡no contentándose con las atrocidades que han cometido de día están forzando hasta a las tiernas criaturas y matando a los padres que no consienten!; de facto sintió aquella noche en diferentes calles más de ochenta tiros de fusil. Que vio el testigo la misma tarde en su propia casa y en una de las dos primeras habitaciones, que por no descubrir las personas no señala en cual de ellas, a dos Tenientes ingleses tirarse con sus sables desenvainados y como perros rabiosos sobre dos señoritas muy conocidas de la Ciudad a quienes gozaron violentamente. Que chocaba mucho más esta conducta atroz de los aliados al ver como vio el testigo coger a los veinte y cinco pasos del atrio de Santa María a los franceses con las armas en la mano y dándoles cuartel con los brazos abiertos, les suministraban los soldados aliados ron de las cornetas que llevaban consigo y les hacían mil caricias y que los vecinos de San Sebastián tan adictos a la causa de la Nación que habían estado suspirando por la llegada de los aliados y que durante el asalto no se oían en todas las casas sino el rezo de letanías y otras oraciones por el feliz éxito del asalto, recibiesen la muerte, el saqueo, tantos ultrajes y violencias de parte de los que creían ellos ser sus libertadores y amigos.


Que por fin salió de la Ciudad entre diez y once de la mañana de la mañana siguiente con otras varias familias, desarropado y sin poder menearse por golpes que recibió.

 

Declaración de D. José        Que el treinta y uno de Agosto a las once de la mañana rompió el

Manuel Berazarte del          fuego para el asalto y a las dos de la tarde se hallaban ya los alia-

Comercio de esta Plaza        dos en la calle del testigo que es la del Puyuelo manteniéndose el

                     testigo en su casa con todas las puertas cerradas: que entraron gritando Hurra Hurra y luego pidieron a los habitantes vino y agua y todos los vecinos salieron a darles cuanto pidieron y después de haber refrescado se reunieron todos en la Plaza al son de una trompeta y al instante se esparcieron todos a tocar las puertas y tirar tiros a las ventanas: que también tiraron a la del testigo y le gritaron bajase para abrir la puerta; que bajó al instante con una mujer y a luego que le sintieron y antes de abrir la puerta le dispararon varios balazos desde el agujero de la llave y los resquicios, de modo que la mujer que le acompañaba fue herida en un pie y atemorizados ambos no se resolvieron a abrir la puerta, pero al poco rato se atrevió el deponente a abrir la del almacén y apenas le vieron los aliados cuando agarrándole entre varios le despojaron de cuanto llevaba, le soltaron los calzones, le quitaron los zapatos, arrancándole hasta unas reliquias que traía colgadas al pecho debajo de la camisa, dejándole casi en cueros lo mismo que a su mujer; que enseguida le hicieron subir a sus habitaciones y le rompieron escritorios, armarios, arcas y cuantos muebles había, llevándose cuanto en ellos encontraron y habiendo consumido la tarde en este saqueo, quedaron muchos de ellos en su casa a la noche y le mandaron poner cena y en efecto les dio dos perniles dos grandes panes, un queso de Holanda, todo el vino que tenía en casa y por postra cuatro botellas de ron de a seis chiquitos cada una; que cuando despacharon esta cena le pidieron más y como no tenía que darles le quisieron matar poniéndole el fusil en el pecho con el gatillo levantado varias veces, hiriéndole gravemente la cabeza, de modo que aun conserva las manchas de la sangre que vertió de ella en el pañuelo que tenía puesto al cuello. Que luego se echaron sobre toda su familia y sobre otras dos que se refugiaron a casa del deponente y hallándose todas apiñadas en un punto, disparó un soldado sobre todos sin que hubiese herido a ninguno como por milagro. Que tal fue el terror que causó esto a un vecino suyo que se hallaba en casa del testigo con toda su familia, que abandonándola huyó hacia el común y levantando la caja se metió en él. Que a luego intimaron que habían de gozar a todas las mujeres amenazándolas de muerte si no consentían.

Que llegó la atrocidad y feroz conducta de estos hombres al increíble punto de tomar entre dos a un hijo suyo de edad de tres años y quererlo partir en dos piezas y lo hubieran ejecutado a no haber intercedido otro soldado más racional que compadecido representó a sus bárbaros camaradas cuan blanco y hermoso era el niño y los desarmó y le dejaron vivo, el cual ha quedado tan atemorizado desde entonces que aún en el día viendo a un soldado inglés o portugués huye despavorido y se esconde en cualquier rincón. Que toda aquella noche fue la más horrorosa que puede pintarse, así en casa del testigo como en todas las vecindades en donde no de oían más que ayes, gritos, lamentos y tiros. Que a la madrugada les dijeron sus feroces huéspedes tenían orden de atacar el castillo a las seis de la mañana y oyó trataban entre ellos de matar a todos los de la familia, diciendo que hallaban con orden del General Castaños para pasar a todos a cuchillo y que antes de subir al castillo habían de poner en ejecución esta orden. Que temeroso de la muerte huyó a casa de un vecino a donde llegó también su mujer y allí halló otras varias familias refugiadas al abrigo de un oficial y entre ellas muchos heridos y maltratados y se mantuvieron en aquella casa hasta que se supo por el Sr. Alcalde Bengoechea que había libertad de salir fuera de la Plaza como lo ejecutaron todos desarropados en medio de un montón de familias que presentaban el espectáculo más triste y horroroso.

 

Declaración de D. Manuel  Testigo nº 7  Que pudo entrar huyendo en la casa nº 297 de la calle

Ángel de Illarramendi         Embeltran que habitaba José Larrañaga de oficio chocolatero

                                       hombre bien acomodado y dos soldados que siguieron al testigo

tropezaron con Larrañaga y después que le sacaron seis onzas de oro y el reloj, le mataron porque no daba más; que el declarante subió al tejado y se mantuvo en él hasta las ocho de la noche a cuya hora tiró una teja a una cocina contigua y habiendo salido a la ventana D.ª Casilda de Elizalde mujer de sesenta y seis años, compadecida pudo facilitarle una escalera y subió a su habitación donde en compañía de esta y otra criada suya de más de sesenta años le refirieron habían sido saqueadas completamente y a eso de las diez viniera a refugiarse a la misma casa varias mozas huyendo de las suyas; que a la una de la madrugada llegaron tres portugueses diciendo que no tenían otro objeto que el gozar a las muchachas, las cuales habiendo oído esto se metieron en un rincón de la alcoba muy disimulado y habiéndoles dicho que no había más que las dos viejas y el declarante, les quisieron matar, sacando a este fin las bayonetas a cuyo tiempo llegó otro que les disuadió diciendo que aquella tarde habían robado cuanto había en aquella casa y con tanto se fueron; que a las tres sintió el testigo unos espantosos gritos y chillidos de mujeres en la esquina de la calle San Jerónimo y habiéndose asomado a la ventana cuando amaneció vio a una moza amarrada a una barrica de dicha esquina que estaba en cueros y toda ella ensangrentada con una bayoneta que tenía atravesada y que varios ingleses estaban a su alrededor espectáculo que le llenó de horror y espanto; que a las seis volvió a salir a la ventana y no existía ya el cadáver de dicha muchacha.

 

Declaración de D. Pedro            Testigo nº 12 Que a cosa de las dos de la tarde del treinta y uno

José de Beldarrain,                     de agosto vio entrar a los aliados por su calle, quienes al momen-

Regidor del Ayuntamiento.        to dejando de perseguir a los franceses y hallándose estos aún en

                            el pueblo empezaron a disparar a todos los balcones, ventanas y puertas y habiendo subido a las casas después de comer y beber cuanto encontraban en términos que al deponente le bebieron más de cuatrocientas botellas de vino y licores, empezaron a saquear y pedir dinero a las personas maltratándolas e hiriéndolas a culatazos y bayonetazos como sucedió al deponente que, habiendo salido a la calle huyendo del mal trato que le daban después de haber repartido más setenta escuditos de oro, lo agarraron unos soldados ingleses y portugueses, le arrancaron el pañuelo del cuello, chaleco, tirantes y le soltaron los calzones, registrándole cuanto cubren estos y últimamente le derribaron al suelo a culatazos dejándole casi sin sentido, de modo que estuvo tendido en el suelo un cuarto de hora pisado por varios soldados que pasaban por la calle y le dejaban por muerto y volvió a su casa donde había muchas mujeres refugiadas y después que saquearon cuanto había se echaron sobre ellas, violando a las más entre ellas a una anciana de sesenta y seis años, que el deponente dio ocho duros a ocho soldados para librar de esta violencia a una muchacha de once años hija de un vecino suyo y aunque logró en aquel momento librarla, habiendo vuelto otra vez algunos de los primeros la violaron por fin. Que era rara la mujer que se libraba de este insulto a no ser las que se escondieron en los comunes y subían a los tejados; que una muchacha con su madre, ambas vecinas del testigo, después de haber estado metidas algunas horas en el común de la casa de la viuda de Echeverría, se presentaron en casa del deponente llenas de inmundicia hasta el pescuezo y aun en este estado dos oficiales ingleses violaron a la muchacha; que la mujer e hija del testigo se libraron subiendo al tejado desde donde huyeron del fuego pasaron de tejado en tejado al cuartel de enfrente de la cárcel vieja que estaba desocupado y cerrado de modo que cuando la mañana siguiente salió el testigo ignoraba el paradero de ellas.

 

Declaración de D. Juan    Testigo nº 19  Que el treinta y uno de agosto a cosa de las dos de la

Bautista de Azpilicueta.    tarde se posesionaron los aliados del Cementerio de Santa María,

                  donde vivía el testigo cuyo puesto abandonaron los franceses después de una resistencia de un cuarto de hora retirándose en tal desorden al castillo que, en concepto del declarante si los aliados los persiguen enseguida se hubieran apoderado de él pero se contentaron con quedarse en este puesto y observó desde el resquicio de su ventana que a una infeliz mujer que salió a la suya y vitoreó a los ingleses inmediatamente le dispararon dos fusilazos desde el cementerio y no sabe si murió porque al instante cerró el resquicio el deponente. Que para dar una idea de la conducta de los aliados referirá lo que le consta y sabe de positivo ocurrió en cierta casa donde vivía un sacerdote con tres señoras y una criada, todas de mayor edad, pues la que menos no baja de cuarenta años; que después de haber derribado las puertas de dicha casa entraron los aliados en ella al mediodía del treinta y uno de agosto, la saquearon toda hasta que al pobre cura le pusieron en cueros y desde el mismo cuerpo le arrancaron tres o cuatro cartuchos de orillos y doblones de a cuatro y lo dejaron en esta forma cuando a cosa de las cuatro de la tarde se presentó en dicha casa un oficial de los aliados y compadecido de toda esta gente les ofreció su protección tomando por aparte el hombre de la casa quedando corriente en venir a dormir a ella; que en todo este intermedio hasta la noche fue esta casa depósito de lo que robaban en otras y donde se hacían las reparticiones. Que a cosa de las seis de la noche se refugiaron a esta casa siete mujeres por el fuego que tenían en las suyas habiendo sido también despojadas de todo cuanto tenían; que estaban todas juntas en la cocina muy contentas de haber salvado la vida pero siempre temiendo a ocho soldados, que sobre los colchones estaban en la sala; que a eso de las ocho de la noche llegó el oficial ya citado y preguntando por el padre cura, a quien saludó,, dijo que venía a cumplir su palabra y que no tuviese cuidado con lo que todas las mujeres quedaron muy contentas, que de allí a un rato pidió que le pusiesen una gran cama y dijo que necesitaba pasa si una concubina señalando una de las mujeres que estaban allí; que le contestaron no había sábanas  y habiendo estado pensativo un rato se marchó sin decir nada, dejando a todas las mujeres y al cura en medio de los ocho soldados quienes a eso de las diez de la noche apagaron cuatro luces que había encendidas pusieron una centinela en la puerta de la calle y dieron principio de la violación de todas como lo ejecutaron incluso a una muchacha de once años y una mujer de sesenta y dos y se deja inferir lo que sufriría el espíritu del infeliz sacerdote a vista de estas violencias; que por fin a cosa de la una dos oficiales que pasaban por la calle, compadecidos de los lloros y gritería de estas gentes subieron a la casa y sacaron a todas a una con el sacerdote de las manos de aquellos leones y las trasladaron a la casa de la ciudad. Que el testigo tenía la puerta de su casa bien atrancada y se mantuvo así toda la tarde y noche del treinta y uno sin quererla abrir aunque dispararon a la puerta veinte y ocho fusilazos; que toda la tarde y noche estuvo sintiendo en todas las vecindades gritos de mujeres y niñas que clamaban pidiendo socorro y que los aliados disparaban muchos tiros de fusil dentro de las casas lo que le tenía bastante acobardado y el no ver en la calle ni un habitante de la ciudad.


Declaración de D.    Testigo nº 27: Que salió el 29 de Julio de la Plaza con toda su familia

Miguel Brunet          hallándose bloqueada por los Voluntarios de Guipuzcoa: que la mañana

                             del 1º de Septiembre cuando oyó que la gente salía de la ciudad se acercó a ella por ver si encontraba a su madre, tías y tío y vio un montón de habitantes que presentaban el espectáculo más lastimoso, pues había personas bien acomodadas que salían descalzas y medio desnudas y especialmente mujeres golpeadas y maltratadas. Que el dos a las diez y media de la mañana salieron su madre y tías enteramente desfiguradas y desarropadas y le dieron noticia de haberle robado cuanto tenían y de que su tío D. José Magra había sido muerto por los aliados, tirándole entre cuatro por una ventana a la calle: que aquel día se retiró con su madre y tías a Lasarte.

 

Declaración de D.       Testigo nº 29: Que en casa del mismo testigo nº 441, calle Esterlines,

José María Eceiza      sucedió el caso más atroz de que podrá haber pocos ejemplares en la

                               historia pues que según le aseguraron cuatro testigos presenciales cuya veracidad conoce, una muchacha de diez y ocho años de muy buen parecer que se hallaba refugiada en ella fue violada en la cocina de la segunda habitación por un soldado inglés y luego fue muerta por el mismo de un balazo: que moribunda y bañada en sangre la pusieron sobre un colchón y estando en este estado la quiso gozar otro soldado, a cuyo tiempo llegaron otros que le arrancaron de los brazos de la moribunda: que el deponente cuando entró en su casa el día tres halló el cadáver de esta muchacha en el almacén en camisa y cubierta de sangre.

 

Declaración de D. Juan    Testigo nº 30:   Que a la noche hallándose el deponente cerrado en el

Antonio Zabala.          desván con varias mujeres, sintió que entraron varios ingleses en la habitación en que se hallaba D. José Magra a quien sin embargo de que poseía la lengua inglesa y les habló en este idioma golpearon y maltrataron por quitarle dinero y luego le hicieron subir a la habitación de arriba para que les sirviese de interprete a fin de sacar dinero al que ocupaba dicha habitación al cual y a su mujer embarazada maltrataron también y habiéndose escapado marido y mujer emprendieron otra vez con el desgraciado anciano D. José a quien por último agarrándole entre dos lo arrojaron por la ventana a la calle donde la mañana siguiente vio el deponente su cadáver y lo metió con otro vecino dentro de una tienda abierta y saqueada ya por los ingleses.

 

Declaración de D.       Testigo nº 35:   Que a la casa donde estaba refugiado el deponente con su

Tomás de Brevilla      familia vinieron varios estropeados y maltratados, entre ellos Javier de     

             Amenabar, chocolatero, de bastante caudal y crédito quien llegó medio desnudo y refirió a todos que después de haberle saqueado cuanto tenía le pusieron en cueros porque descubriese más dinero, le dieron fuego por las palmas de la mano de las plantas de los pies y de las sienes como lo notó y conoció y vio el mismo testigo que le reconoció todas las partes citadas de modo que estaba desfigurado y causaba compasión su vista: que le refirió que después de este martirio le dieron baquetazos con las de sus fusiles y viendo que iba a perder la vida pudo separase diciendo que iba por dinero y en cueros con un niño de cuatro años en los brazos al que halló en la escalera, subió al tejado y de tejado en tejado vino a parar al de D. Francisco de Echanique en la calle mayor a quien halló con otro arrimado a la chimenea, donde se mantuvo hasta la mañana siguiente en que habiéndole dado una mujer una saya para cubrirse vino a parar a la casa donde se hallaba el testigo.

 

Declaración de D.                 Testigo nº 39: Que el testigo volvió solo a su casa y en el camino le


Vicente Ibarguren        acometieron unos portugueses amenazándole de quitar la vida con

                                       Bayonetas y puñales si no les daba dinero y no pudiéndoles dar porque no tenía le registraron todas las partes secretas de su cuerpo, pensando que contenía dinero; por fin salvó la vida por el reloj que les dio: que otra partida de aliados le acometió también queriéndole quitar la vida con las bayonetas puestas al pecho y con un hacha que amenazaba descargar sobre el un portugués y hallándose en aquel apuro puesto de rodillas pidiéndoles le dejasen la vida, puesto que no tenía un cuarto, viendo que no surtían efecto sus ruegos gritó en toda la calle le prestara alguno siquiera alguna peseta y una buena vieja compadecida de sus lamentos alargó tres pesetas que tenía añudadas en el pañuelo con el que le dejaron.

 

Declaración de D.      Testigo nº 41: Que después que tomó fuego la casa de Soto, pasó a la suya

Vicente Lecuona        propia que estaba inmediata donde habiendo entrado unos soldados le sacaron a la mitad de la calle para fusilarle y se libró por un oficial portugués: que unos soldados portugueses le tiraron por todas las escaleras abajo y se le desconcertó el tobillo del pie izquierdo a cuyas resultas ha estado veinte y dos días retirado: que a la mañana vio el mal trato que dieron a D. Manuel Brunet y su mujer en la calle hiriéndole a D. Manuel de un golpe que le dieron en la cabeza con la llave del fusil robándole lo que tenía aún el sobrepuesto a la señora: que hubo tal desorden en cuanto a mujeres especialmente la noche anterior que dos muchachas de parajes bastantes lejanos vinieron de tejado en tejado hasta la casa del dicho Brunet y salió por fin el 1º de septiembre a una con D. Manuel Brunet y su familia escoltado de dos oficiales y un sargento y se dirigió a la Villa de Usurbil.

 

Declaración de D.              Testigo nº 46: Que sintieron voces de la Impresora su vecina, por la

Manuel Bicandi                  parte del patio y habiéndose asomado marido y mujer e hijas a una

Practicante de cirugía        ventana un inglés desde la de enfrente apuntó el fusil a cuya acción

De los Ejércitos                   se agachó el deponente pero su mujer que se detuvo a decir que era

Nacionales.                          Española fue alcanzada del tiro que disparó dicho inglés atravesán-

                                      dola con una bala la tetilla derecha: que ya difunta al golpe mismo la tendió sobre una cama y hallándose en esta triste situación que la aumentaban las lágrimas y sollozos de sus hijas y sobrina vino un portugués del regimiento e informado de la causa de su tristeza, lejos de causarle compasión le dijo que igual suerte que su mujer había de tener el deponente y en efecto cebó el fusil para dispararle a cuyo tiempo una de sus hijas llamó a un portugués de los heridos prisioneros favorecidos y cuidados por el testigo y su mujer y aquél agarró el fusil y descargó disparándolo a la calle, que luego entró un inglés borracho que sin hablarle palabra disparó un tajo a la cabeza con un sable largo que tenía en la mano y pudo huir del golpe ladeándose; que luego entraron otros y un soldado inglés arrebató en brazos a una hija suya de catorce años y la tumbó en la cama sobre el cadáver de su misma madre y se tiró sobre ella para gozarla, de cuya violencia le libertó aquel mismo portugués o prisionero.

 

Declaración de D.     Testigo nº 60: Que los habitantes de San Sebastián cuando las tropas alia-

Vicente Conde           das entraron en ella, así de día como de noche y posteriormente fueron     

                              casi generalmente víctimas y mártires de sus horrores y crueldades que cometían: que el declarante fue cruelmente arrastrado y le tiraron diferentes balazos: que vio a una mujer que vivía en casa de la viuda de Arroyave de setenta años de edad, poco más o menos abierta en canal y a este modo otras varias crueldades y escenas horrorosas.


Declaración de Doña      Testigo nº 75: Que la deponente recibió un balazo por raspón en el

Juana Francisca de         brazo derecho de cuyo dolor se hallaba muy resentida y en apren-       

Arsuaga                            sión de la que podría sobrevenir porque le corrió bastante sangre

                                   y que como cuando la despojaron del dinero que tenía y anillo de oro la dejaron los soldados desnuda casi enteramente y de nuevo se vio en una efusión de sangre por la oreja izquierda confundida enteramente se retiró un poco a un rincón ínterin que dichos soldados se entretenían en igual robo y despojo de las demás compañeras y finalmente viendo que la cosa iba en incremento has empezar a quererlas forzar entonces la testigo tomó el último partido al subirse al tejado de la casa.

 

HASTA AQUÍ LA DECLARACION DE TESTIGOS

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